La solución de un
Estado Totalitario no es satisfactoria y la actitud individualista del Estado
Liberal es absolutamente anacrónica. Son dos afirmaciones consecuentes de José
Luis López Aranguren en su propuesta: “El Estado de Justicia Social” planteado
al final de su libro Ética y Política.
La sociedad de la
abundancia está montada sobre el egoísmo individual y la economía del consumo.
En contraposición el comunismo, aunque combata la desigualdad, no fomenta el
desarrollo de una moral personal. Por ello, si la moral tiene que ser, a la
vez, personal y social, el viejo Estado de Derecho, sin dejar de serlo, tendrá
que constituirse en Estado de Justicia.
El motor no puede ser
el mero interés capitalista. Hay que tener una atención preferente hacia los
servicios públicos (servicios sociales, salud pública, instrucción, educación y
cultura), y hacia una auténtica educación política, al más alto nivel
universitario y en los medios de comunicación e información veraz –en cuanto
que servicios de calidad no monopolizados-.
La libertad no puede ni
debe limitarse ni reservarse, en lo político y lo económico a unos pocos
intereses o grupos capitalistas, a expensas de la gran mayoría. La libertad,
dice Aranguren, hay que generalizarla, “extenderla a todos” en lo que es el
núcleo social de lo económico, lo político, lo intelectual, lo cultural y lo
religioso, aunque ello implique recorte de lo arbitrario, caprichoso y
suntuoso. El modelo de la circulación urbana puede ser un ejemplo a seguir,
siempre que se respeten las señales de tráfico.
El motor de la
construcción social tiene que ser común y vital, “desde dentro” de todas las
personas que formamos una determinada comunidad.
La democracia real y la
moralización social han de hacerse realidad, a la vez, por modo personal y por
modo institucional.
Ardua tarea tenemos por
delante, pues se trata de una tarea constante, diaria, histórica de más y más
democracia en lo económico, lo social y lo político.