Con la alegría de haber conseguido la acogida en España del pequeño Osman
Se nos dice, una y otra vez, que son muchas las barreras que separan a los hombres:
pobreza, incomprensión, riqueza, orgullo, raza, lengua, prejuicios,
nacionalidad..., y que las barreras provienen del corazón. Ahora
bien, a veces, uno siente que las barreras vienen de la propia condición
humana, de nuestra genética, de nuestra biología, de nuestra agresividad innata -
no encauzada por la educación - que se convierte en tendencia a la violencia y a
la destrucción de lo más humano, que es el amor y la conciencia.
Nuestra lucha por la vida
termina, de hecho, sembrando muerte, y nuestros esfuerzos por encontrar
felicidad acaban, a veces, en egoísmo
amargo e insatisfecho… y eso no puede ser.
Nuestro «progreso» no nos conduce, por entenderse como crecimiento económico-
hacia una vida más digna, noble y gozosa. No acabamos de conseguir una vida
armónica y una familia gozosa, no conseguimos nunca un «pueblo unido» sino un
pueblo constantemente vencido por divisiones, rupturas y enfrentamientos.
Debemos entendernos aunque hablemos lenguajes diferentes. Si la Ley
interior del Amor no nos habita, no sabremos encauzar positivamente nuestros
sentimientos y seguiremos la escalada de la violencia absurda y sin salida, en
lo local o familiar, y en lo global o mundial.
Necesitamos creer en un horizonte nuevo, desde la memoria y con esperanza de
transformación. Necesitamos del aliento de la fe dinámica, abierta, dialogante,
comprensiva y efectiva en el compromiso social.
Necesitamos meditar y orar, sentir el calor y la fuerza del espíritu y de la
autoconciencia para que nuestro compromiso humano y cultural, social o
político, no sea de pura apariencia, formal o contradictorio entre el saber y
el hacer, entre la palabrería y la verdad de la realidad.
Debemos mantener un esfuerzo de conversión, de cambio del corazón; debemos
transformarnos para transformar. Sin ese impulso interior, sin una exigencia
ética, personal y social, toda renovación termina en anarquía, involución,
cansancio o desilusión.
Nuestro mundo es sombrío. No es
utopía imaginarlo mejor y más humano. La nueva exigencia, la Buena Nueva es un futuro más fraterno, limpio y solidario.
Aprendamos a pensar lo todavía no pensado y a construir lo todavía no
realizado.
Nuestra opción de vida se basa en la vida, la tuya y la mía, la de todos,
la vida más humana, la vida en plenitud, la vida de la Comunidad Humana.
En verdad,
se nos dice en Pentecostés que el Espíritu hace saltar por los aires las separaciones
y las divisiones.
Hay un mundo nuevo que comienza. Con él, los hombres y mujeres ya no serán ni son
rivales, sino hermanos y hermanas llamados a vivir juntos en el respeto y la
comprensión mutua, bajo la increíble fuerza del amor que todo lo puede. Frente
a un contexto o sentimiento de tristeza, Pentecostés es alegría, es vida, es
ser más, más todavía, pero más humanos.
Pepe: ¿Has visto lo que dice Federico Mayor Zaragoza? Dice así: "Es indispensable conocer bien el pasado para, desde el presente, inventar el futuro. El fundamento de la esperanza es que el por-venir está por-hacer. Y que el don supremo que distingue a la especie humana es la capacidad de crear."
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