Decía Aranguren, en
aquella Ética que tanto bien nos hizo a no pocos estudiantes de los 70, que el
amor no se contrae sino que se incluye en todo acto bueno, pues todo apetito es
apetito del bien (aunque fuese dañino bajo la apariencia de un bien). No hacía sino recordar y actualizar a Sto. Tomás, quien -dicho sea de paso en estos momentos- también afirmaba sin barroquismo alguno que, en caso de necesidad, todos los bienes son comunes.
La persona, al igual
que las comunidades humanas, estamos abiertos a querencias de mejora y
perfección, lo que se manifiesta en el plano afectivo bajo la forma concreta
del amor, como tendencia a la felicidad y búsqueda de perfectibilidad.
Por lo dicho, tal vez
convenga recordar -en el día en que tradicionalmente se celebra el Corpus- el dinamismo de apertura, de
compartir, de unir y no separar, el amor a sí mismo y el amor al otro, la
benevolencia, la filantropía, la solidaridad, la charitas, en un contexto de deshumanización y de enfrentamientos de
civilizaciones y de religiones cerradas, totalmente desfasadas respecto al gran
avance que supuso, a pesar de sus limitaciones, la Carta Universal de los Derechos
Humanos, y que ahora debería actualizarse en la Carta de la Tierra,
incorporando garantías de derechos fundamentales y derechos emergentes
y de igualdad, ineludibles en nuestro momento histórico.
El impulso del amor,
incluso en su eros psico-físico, nos
revela otro amor, que es agápe, que
es amor compartido con la persona que es nuestro prójimo o con la comunidad de
seres humanos con los convivimos o podemos convivir. De ahí que la agápe, el compartir el pan, la común-unión
pase a ser el significante de referencia de una fe cristiana viva, abierta y no
cerrada. No tiene sentido entender el Corpus
como enfrentamiento religioso ni como autoafirmación frente a los “otros”,
sino como Charitas, síntesis de eros y agápe, de naturaleza y comunidad.
El amor al prójimo, no
es sólo amor al próximo (familiares, pueblo y patria o nación) sino universal y
general, pero concreto, a toda persona, no a la idea abstracta sino a la
persona y la comunidad real para fraguar así convivencia armónica o
humanización.
Puede ser de interés realizarnos un test sobre "nuestro amor cotidiano", en diálogo, servicio, disponibilidad, amabilidad, confianza, perdón, espera, disculpa, y amistad compartida.
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