viernes, 8 de junio de 2018

UN NUEVO QUEHACER DE ESPAÑA EN EUROPA


         Tras unas semanas de tensión, una vez formado un nuevo gobierno en España, parece que conviene retomar compromisos políticos propios de la socialdemocracia orientados al bienestar común y a una paz duradera, por medio del diálogo, el consenso y la capacidad de formular acuerdos estables.
          La tarea viene de lejos. En la antigüedad greco-latina tenemos referentes claros del por qué y el para qué de la filosofía en la praxis política. Pero, el sentido contractual es mucho más reciente.

         En efecto, la conjunción de la Ética y la Política en Aristóteles, el ordenar la conducta hacia la felicidad y el bienestar común; y llamar la atención entre economía – en cuanto a administrar los bienes comunes y necesarios – y la crematística dineraria o la acumulación desmesurada de riqueza, eran temas educativos que podían tener o no traducción legal, pero en ningún momento se planteaban acuerdos contractuales sino tan sólo, con sentido de equilibrio y de la mesura, el que las Leyes respondieran al propio fin de la naturaleza humana, justificando incluso la esclavitud socialmente aceptada.

         Con similar éxito al cosechado por Sócrates y Aristóteles, Cicerón –dentro de su concepción del Derecho Natural- plantea el equilibrio del Poder, la necesidad de la razón y el empeño como dotes de mando, el saber estar y saber hacer con amigos y enemigos,  la capacidad persuasiva (propia de la buena oratoria); el saber ceder y ser flexible; la constatación de riqueza y pobreza en la sociedad y la condena de la avaricia de quienes sirven en el gobierno sin más interés que el suyo propio; la defensa de la ciudadanía de pleno derecho a extranjeros (como principio universal); la no hostilidad y la guerra justa; y la denuncia clara de la corrupción, así como de la fuerza y la tiranía.
          En “Una guía para políticos modernos” (publicada por Editorial Crítica de Barcelona, en 2013), titulada Cómo gobernar un país, en la que se estudian algunas lecciones de Marco Tulio Cicerón, el investigador Philip Freeman nos muestra que, en aquellos tiempos, de finales de la República, en Roma, las personas honestas “entendían la corrupción como un verdadero cáncer que devoraba el corazón de un Estado” (pág. 59). 
         Antes de la caída del muro de Berlín, venía a decir Ignacio Ellacuría, que la realidad histórica nos obliga ética y políticamente a hacerse cargo de la misma, cargar con élla y tratar de revertirla y transformarla. 
         Actualmente, teniendo en cuenta el poco éxito de la Filosofía en la Política,  para elevar nuestro sentido contractual, de respeto y diálogo transaccional, convendría tal vez asumir, actualizar y llevar a la práctica los artículos definitivos para la paz perpetua que Immanuel Kant trazó como fruto de su pensamiento filosófico práctico en el quehacer cívico de la Res Publica. 
         Los tres artículos definitivos para Kant son los siguientes:
1: “La constitución política (o civil) de todos los Estados debe ser republicana, nacida de la fuente del Derecho y orientada hacia la paz y el bienestar –lo que implica: la libertad de todos los miembros de la sociedad; la dependencia del conjunto de la sociedad respecto a una única legislación común; y la igualdad de toda persona ante la Ley”.

2: “El derecho internacional debe basarse en una Federación de Estados (o pueblos) Libres, conscientes de que debe existir una confederación de índole especial, a la que podemos llamar una confederación pacífica (foeduspacificum)”.

3: “El derecho cosmopolita debe limitarse a las condiciones de una hospitalidad general”; es decir, regular las relaciones entre un ciudadano y un Estado al que este ciudadano no pertenezca.

     Tema a considerar, en la praxis política, es el sistema de garantías para evitar hostilidades y guerras, conflictos económicos y de poder, y la exigencia ética de trabajar permanentemente por la paz entre todas las personas y comunidades humanas y Estados.

         La exigencia de acuerdos contractuales duraderos parece positivo a poco que actualicemos  o recordemos la Historia de España y la Historia de Europa, y con independencia de que hablemos de Iberia o de Hispania, y dividamos Europa en cinco regiones (la Atlántica, la Ibérica, la Central, la Mediterránea y la Oriental) o la proyectemos, al modo del sueño de Gorbachev, del Atlántico a los Urales. Ahora, por exigencias del guión político-pragmático, contemplamos la supuesta fortaleza de la Unión Europea, en la que se incluye España, pero lo cierto y verdad es que la realidad histórica de Europa y de España invita a dejar atrás las nefastas consecuencias de las distintas dominaciones impuestas por la fuerza, las hostilidades permanentes y las guerras, con sus muros y sus vallas y fosos -por ambición de poder, de expansión y dominio, y de acumulación desmesurada de bienes materiales en pocas manos-. Ahora mismo, como se ha indicado a menudo el Mediterráneo, el Mare Nostrum es más bien el Mare Mortuorum.
          La historia, lo realizado hasta ahora, invita pues a avanzar hacia un espíritu colectivo, solidario y comunitario, no individualista ni utilitarista, que asuma lo complejo de la realidad y su gran diversidad, como riqueza geográfica y humana, con el fin de lograr acuerdos y convenios que faciliten la convivencia, el bienestar, y la paz duradera –incluso respecto a terceros países y a la población inmigrante que forman parte de la “aldea global” de la Comunidad Humana, y que anhela un desarrollo integral.
          La gestión actual de España en el espacio europeo, en cuanto que frontera sur, sur-oeste, es contraria a los Derechos Humanos y a los valores intrínsecos del proyecto social europeo, que se desea revitalizar. El reto, pues, su quehacer, es garantizar el bienestar, el interés general y la aplicación y ampliación de los Derechos Humanos, de forma efectiva, mirando el Bien Común de la Humanidad.
         En consecuencia, a estas alturas, y ante las tendencias de hostilidades propias del estado natural, en España parece que deben iniciarse tres caminos conducentes a: 1) favorecer el sentido político confederal de Europa; 2) abrirse al horizonte federal, en esta parte del Sur Oeste Europeo; y 3) promover, por todos los medios a nuestro alcance, el sentido de diálogo transaccional y contractual que garantice el Bien Común o el Interés General junto con la paz duradera.  Para lograrlo, hay que pasar del estado natural de hostilidades al estado racional de acuerdos para la convivencia y el fortalecimiento de la sociedad civil, sin ningún tipo de exclusiones y con el compromiso de garantizar los derechos humanos de toda persona y de toda comunidad.

         Políticamente, el paso necesario a un Estado Confederal Europeo es conveniente y hasta urgente para la Paz en el conjunto de la Comunidad Europea, y, por extensión, en la aldea global de la Comunidad Humana. Ello, como ya dijera en su tiempo Ignacio Ellacuría, implica una transformación institucional a fondo de la propia Organización de Naciones Unidas, si de verdad se quiere ser efectivos en el desarrollo humano integral.