A CARLOS FUENTES, IN MEMORIAM: "MI TOTEM EN EL ESPEJO"

De Carlos Fuentes, me gusta recordar la novela que se publicó en Seix Barral: Terra Nostra (de 1975) y Cristobal nonato, editada por el Fondo de Cultura Económica (México-Madrid-Buenos Aires) el año 1987. Sin embargo, me agradó sobremanera leer no hace mucho el libro de finales del siglo XX, Por un progreso incluyente. ¿Por qué? porque ese testimonio de su ciudadanía y de su visión intelectual representa una mirada hacia el siglo XXI, desde Mexico, desde una opción clara por la educación cualitativa y cuantitavia, en tanto que derecho público, y como base del conocimiento, de la información y del desarrollo humano. Pues la educación no puede estar ausente en momento de mutaciones, ni puede ser recortada. Pues la educación integral no puede ser excluyente sino incluyente.

Ahora, cuando Carlos Fuentes ha fallecido, cuando se hace referencia a una de sus últimas obras: Federico en su balcón; cuando se subraya su ciudadanía social, su deseo de un eterno amanecer, su capacidad literaria y su ser intelectual liberador frente a no pocos cautiverios; cuando se invoca el poder y la decisión moral en las pequeñas cosas de la vida, en un contexto de desorientación mercantilista, me atrevo a dedicarle in memoriam, algo muy personal que he escrito como un juego literario, que no lo es, en un taller de sentires, referencias y significantes:

 

 

MI TOTEM EN EL ESPEJO

Mi totem, el elefante, es una ilusión. Pero mi cara en el espejo es reflejo de lo real.

Me admira el cerebro y no se ve. Me inquieta y anima el corazón pero no soy capaz de describirlo ni de captarlo en el espejo. Sin embargo, la cara: los ojos, la nariz, la tímida sonrisa esbozada en los labios de la boca... son espejo del espíritu interior, marcado por no pocas experiencias, a veces duras, difíciles, fuertes o exigentes, y, a veces, gozosas, exultantes, alegres.

A mis ojos les he tenido que añadir unas gafas graduadas y protectoras de excesos de luz (transformada en ocasiones excepcionales en nubes luminosas del desierto). El elefante no necesita esas gafas. Yo no tengo colmillos, a modo de potentes defensas, ni siquiera dientes. Pero he utilizado avances técnicos para mejorar o suplir esas carencias. La nariz que veo en el espejo es finamente alargada y delata ascendencias ancestrales de fenicios, judios y moros, que se entrecruzaron con griegos y romanos por estas tierras ibéricas bañadas por el Mare Nostrum.

No envidio la trompa del elefante, porque puedo usar de la ducha y la mangera de agua. Pero sí envidio sus pezuñas sólidas, fuertes y planas. No ando nada mal ni de manos ni de calzado, pero siempre he sido un tanto torpe y patudo con las extremidades: he necesitado guantes para no dañarme y plantillas y calcetines para un buen calzado; y, aún así, se me han torcido a veces los tobillos por el crecimiento, el descuido y el imprevisto.

Siempre ha sido un reto interior, de mi alma reflejada en el espejo, andar sencillamente un poco mejor, andar recto, erguido, no encorvado; sin desfallecer ni caer, sin cansancio, sabiendo dónde ir sin fatigarse, al compas del tic-tac que marca el corazón - al anochecer y al amanecer-, en el horizonte de la vida.