A las abuelas y a los abuelos, a las titas y titos abuelos, siendo pequeños, se les contaban no sólo cuentos sino
relatos y creencias, pero también parábolas evangélicas: el sembrador que fue a sembrar por tierras propicias y no propicias, el trigo y la cizaña que crecen juntos, o el tesoro escondido, la perla preciosa, etc. Por ello, tal vez, me animo a contar un cuento dedicado a mi nieto grande:
EL TESORO DE LA VIDA
Hubo un tiempo lejano, muy lejano, en el que un joven rey, para gobernar bien a su pueblo, quería y pedía tener un corazón inteligente capaz de distinguir el bien del mal y así ser justo.
Sabemos lo difícil que es alcanzar la sabiduria, distinguir lo justo, y hasta saber sobre el misterio de la vida, como fruto y tesoro del amor.
Pues bien, ocurrió que el joven rey -que en aquel entonces denominaban Salomón- tuvo que enfrentarse a ser juez de un caso muy singular. Algo parecido a lo que hoy podría ocurrir por compartir tienda de campaña dos mujeres que trabajan en el campo agrícola. Una de ellas, que había perdido a su niño, se empeñaba en reclamar que el hijo de la otra mujer era suyo, aprovechando que el padre de la criatura, el marido de la verdadera madre, estaba de viaje. Con ese fin, llegaron con su problema hasta el mismo rey.
El rey, ante las dos mujeres en disputa, dijo que la solución estaba en quedarse él con el niño. La que defendía ser madre del niño, dijo: "pues vale"... La otra, la madre de verdad, pidió al rey que le dejara al menos poder cuidar el tesoro de su vida -aunque sólo fuera a trabajar al campo unas horas- y que se lo devolviera en cuanto regresara su marido. El rey, que buscaba ser justo, lo tuvo muy claro. Mujer, le dijo, tú eres su madre; tú tienes lo que yo quiero para gobernar de forma equitativa; tú tienes un corazón inteligente; cuida tú de ese tesoro del amor, que es un tesoro de la vida.
Con el tiempo, el niño cuidado con el amor de la madre, y dialogando también con su padre, fue tomando conciencia de la importancia del amor y de la vida. Lo vivió especialmente cuando tuvo una hermanita, a la que también él cogió entre sus brazos, con mucho cariño.
El niño, a partir de los diez años, aunque le gustaba jugar mucho y hasta guerrear con los demás y con su hermanita; aunque le gustaba comprar juguetes y guardar dinerito en su hucha; aunque disfrutaba con amigos y compañeros de su edad, fue comprendiendo que el tesoro más preciado era el tesoro de la vida. Por eso, tal vez, en su interior se esforzaba por lograr, además de una inteligencia matemática y estratégica, un corazón de amor inteligente, capaz de descubrir el don del amor y de la vida.
¿No es ese, acaso, el deseo de las personas ya mayores?
Un poco triste el que una mujer quiera aprovecharse y robar el hijo de la verdadera madre. Pero importante el tesoro de la vida y el amor auténtico. E.M.Z.
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