INTRODUCCIÓN
En el Foro de comunicación y Debate (FOCODE), desde primeros de mayo 2020, en pleno
contexto de la pandemia producida por el denominado coronavirus 19, se ha invitado a repensar que estamos
en “tiempos de cambio”. Se ha planteado el tema al hilo de unas reflexiones
filosóficas de uno de su Presidente (Antonio Durán Sánchez) que, según mi lectura, invita a tomar conciencia de las limitaciones y las capacidades de
la persona humana. El asunto merece ser tratado con detenimiento.
La
“postmodernidad”, frente al pretendido progreso o desarrollo lineal –ahora
mismo interrumpido-, nos desvela la interculturalidad o al menos la diversidad
cultural en el conjunto de la realidad histórica siempre abierta. Por eso, tal
vez, nos resulta fácil comprender que el
mundo interior del sujeto personal o la subjetividad se trataron y se afrontan
en las diversas culturas de forma bien diferente. La cosmovisión del Mundo
Oriental es otra que la del mundo de la Grecia clásica, la Edad Media o el
Renacimiento occidentales.
El
racionalismo cartesiano es bien distinto y distante del sentir negro-africano
del ser familiar-comunitario, a su vez diferente en los dominios del desierto,
en Sudáfrica, en la costa occidental y el interior, y en la zona de los grandes
lagos, en el Congo o en la parte oriental. Las religiones abrahámicas (Judaísmo, Cristianismo e
Islamismo, con sus propias variables) resulta difícil que puedan dialogar a
partir de un denominador común. Se intentó un par de años antes de la caída del
muro de Berlín y no se logró. La India, China, Rusia y Gran Bretaña o Estados
Unidos y Canadá son pueblos bien diferentes entre ellos y al interior de sus
Estados. Lo mismo cabe decir de Cuba y Méjico, de Centroamérica y de América del Sur, o de la cuenca del
Mediterráneo, del Oriente Medio y de los países nórdicos de Europa.
La
pluralidad de contextos en el mundo actualmente globalizado por el poder
económico, a pesar de las multinacionales, los medios de comunicación y las
denominadas “nuevas tecnologías” y sus monopolios, en un contexto de pandemia
como se está viviendo, se ve como realidad compleja y diversa. Ni las
pretensiones de universalidad kantiana de su Razón Práctica, y su sentido
federalista, ni la subjetividad romántica del siglo XVIII tienen ahora mismo
consistencia, salvo en el ámbito individual, si acaso. Incluso la Ciencia
flaquea ante la realidad de la Naturaleza. También la Medicina en el ámbito de
la Salud. Por eso tal vez, y por causa de confrontaciones políticas y
ambiciones de poder, es muy difícil llegar a consensos normativos y buenas
prácticas en beneficio del conjunto de la sociedad, aunque lo más urgente sea
salvar vidas y hacer frente a las graves adversidades que nos condicionan en la
vida actual, tanto en nuestro contexto como en lo global.
LA
PERSPECTIVA HISPANA
En
España, en concreto, en la vida social y política, parece que se agranda el
“desencanto”, se deterioran las relaciones laborales, políticas y económicas.
No obstante, en Europa, se recuerdan como hitos de post-modernidad los
movimientos de mayo de 1968 y la caída del muro de Berlín de 1989… ¿Acaso se
está produciendo una ruptura cultural, política, social y económica? ¿Hacia
dónde nos encaminamos? ¿Desde dónde?
Tal
como nos recuerda Antonio Durán, ya Kierkegaard y Unamuno ponían sus reparos a
toda idea de sujeto abstracto y desencarnado. Pero serán Nietzsche y luego
Heidegger quienes centren sus críticas en la misma idea de sujeto, por empobrecer la diversidad que contiene la
realidad del hombre. Por eso: El pensamiento orientado a lo próximo constituye
lo que Nietzsche llama "la filosofía de la mañana". Heidegger, en su Carta sobre el humanismo, señala la crisis humanista tras la segunda
guerra mundial, desde el momento en que se toma conciencia de no ser el sujeto
el centro del Universo y que lo importante es ser capaz de encontrar una
pequeña estancia en la verdad del ser.
En estos momentos, Antonio Durán parece invitar a una “cura de
adelgazamiento”, asume la crisis del humanismo, sin abandonarse ciegamente
en la técnica, y da un carácter relativo e histórico a los surcos que el
lenguaje ha ido trazando al modo como un campesino, con paso lento, abre los
surcos en el campo. Quizás, partiendo de esa percepción, Zubiri hablara de la
realidad compleja y dinámica, en vez del ser, y Ellacuría planteara la realidad
histórica como realidad abierta desde lo ya hecho hacia lo que deba ser desde
la praxis.
Efectivamente,
el ser pierde su carácter de estabilidad, de solidez metafísica, de fuerza o
energía, y cobra un sentido más débil en cuanto que vinculado a lo que pasa, lo
mortal, lo que se transmite de generación en generación: la tradición cultural
que se despliega y se desvanece con las generaciones. Este ser tiene mucho que
ver con la nada, con el nacer y perecer.
Afirmando
la historicidad del animal humano, afirmando la historicidad de la diversidad
cultural, afirmando la historicidad de las personas, de las comunidades, de las
sociedades y de los pueblos, no podemos sino decir que somos una pequeñísima
parte de la Comunidad Humana, en una pequeña casa de nuestro lenguaje, de
nuestro saber y entender, y hasta de nuestras ciencias y técnicas, que forman
parte de la Casa Común, en el seno de un Universo que nos trasciende sobremanera.
La
subjetividad, pues, el sujeto, el yo, está necesariamente sometido a una cura
de adelgazamiento que le permita captar que lo importante de la realidad (el
ser), e incluso de la praxis transformadora en el seno de la realidad compleja,
dinámica y abierta, no es sino una
relativa andadura hacia el horizonte de lo que nos une solidariamente como
personas.
LA
PREGUNTA CLAVE
La
pregunta que Antonio Durán nos formula es la siguiente:
“¿Puede tener
todo esto alguna relación con las experiencias solidarias que estamos
experimentando en estos días de confinamiento?”
Personalmente coincido con Federico
Mayor Zaragoza, al vislumbrar una nueva era y una nueva forma de vivir. Todo un
reto de ayer, de hoy y de mañana que se puede concretar en lo siguiente:
- Transición de una cultura de imposición, dominio, violencia y guerra a una cultura de encuentro, diálogo, mediación, conciliación, alianza y paz. De la fuerza a la palabra. (Declaración y Plan de Acción sobre una Cultura de Paz, Asamblea General de las Naciones Unidas, septiembre 1999).
- Transición de una economía basada en la especulación, deslocalización productiva y guerra -cada día mueren de hambre millares de personas, la mayoría niñas y niños de uno a cinco años de edad, al tiempo que se invierten en armas y gastos militares más de 4000 millones de dólares- en una economía basada en el conocimiento, en la cooperación y no en la explotación, para la eficaz puesta en práctica de la Agenda 2030 (Objetivos de Desarrollo Sostenible, Resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas de noviembre de 2015 "para transformar el mundo" ) y los Acuerdos de París sobre Cambio Climático. Para ello es impostergable reducir los gastos de defensa y aplicar los medios necesarios para la diligente aplicación en todo el planeta de un nuevo concepto de seguridad con las seis prioridades establecidas por las Naciones Unidas: alimentación, agua potable, servicios de salud de calidad, cuidado del medio ambiente, educación a lo largo de toda la vida, y paz.”
CONCLUSIÓN
El momento actual, la experiencia mundial de la pandemia coronavirus 19, invitan a otra forma de existir aquí y ahora, invitan a otra forma de vivir, con la mirada puesta en la dignidad de toda persona y en el conjunto de la Humanidad, pequeñísima parte del Universo. Nuestra tarea y quehacer actual está en cultivar la solidaridad y el respeto hacia el Universo, hacia la Naturaleza de la Madre Tierra, y hacia nosotros mismos como personas de igual dignidad, con sentido de un “nosotros” y “nosotras” incluyente, y no excluyente.
El momento actual, la experiencia mundial de la pandemia coronavirus 19, invitan a otra forma de existir aquí y ahora, invitan a otra forma de vivir, con la mirada puesta en la dignidad de toda persona y en el conjunto de la Humanidad, pequeñísima parte del Universo. Nuestra tarea y quehacer actual está en cultivar la solidaridad y el respeto hacia el Universo, hacia la Naturaleza de la Madre Tierra, y hacia nosotros mismos como personas de igual dignidad, con sentido de un “nosotros” y “nosotras” incluyente, y no excluyente.
Dialogar, consensuar y asumir y programar efectivamente las seis prioridades de Naciones Unidas es lo primordial tanto en ámbitos locales como en el desarrollo mundial
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