Desde el curso de
1981/82, siendo conscientes del lento devenir y evolución de la persona humana,
parecía importante incorporar en la dimensión ética de la filosofía el
denominado imperativo categórico de Kant, a modo de preámbulo de su “Crítica de
la Razón Práctica”: “Obra de tal modo que puedas erigir en Ley Universal tu
comportamiento”. ¡Menudo reto!
Desde las religiones, aunque se haya formado en sus
seguidores una conciencia ética hacia el Bien Común, se ha sido por lo general muy dogmático y han
existido guerras de religión que se saltaban
- y se saltan- las exigencias
básicas de una denominada Ley Natural de tres exigencias básicas: “no matarás,
no mentirás y no robarás”. Se ha sido demasiado cruel frente a supuestas
herejías, disidentes y seguidores de religiones enfrentadas, usando el nombre
de Dios en vano. En ese caso, mejor la Ética de respetar la vida y amar la
verdad, sin más connotaciones. Una religión que rompe los lazos de “religación”
con las demás personas, comunidades o pueblos, en vez de practicar el amor se
vuelve desalmada, hasta despreciar la vida del contrario y robar su propia
dignidad.
Por ello, tal vez, previo a cualquier imperativo moral,
religioso o ideológico, ya Ortega y Gasset invitaba a conjugar Vida y Razón,
para saber a qué atenerse en la vida. Pues a nuestras espaldas está lo que
hemos sido, y que quizás en no pocos aspectos pueda actuar negativamente en lo
que seamos capaces de ser. Pero ante nosotros está la potencialidad de aprender
de lo vivido y proyectar en la realidad histórica las diversas posibilidades de
ser, eligiendo la más coherente y humana, venciendo por supuesto las
circunstancias adversas.
Esta perspectiva, desde 1987, completada por la experiencia
práctica y desde un talante ético liberador,
ha ido evolucionando hacia un sentido crítico más allá de ideologías al
uso y de opciones partidistas, ya fueran individualistas y capitalistas,
sociales y comunitarias, o comunistas.
En el contexto de la sociedad española, desde finales de la
Dictadura, de los años de 1970 al 75, hubo un giro en las relaciones entre
Religión y Política, acentuándose la posibilidad de la Democracia gracias a la
propia sociedad civil en su conjunto. En realidad, mucho antes, el profesor
Aranguren había ofrecido un manual de Ética acentuando el sentido ético de la
Filosofía, distinguiendo entre Ética y Teología, entre Moral y Religión, con el
fin de reforzar la formación de la conciencia y acentuar amor y esperanza junto
a las virtudes de la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza al
enfrentarse la persona y la comunidad con la realidad concreta en su
historicidad. De hecho, el esfuerzo
de diálogo –impulsado también en la
praxis desde ámbitos universitarios- y el consenso político que culminó con
la Constitución de finales de 1978, es decir, con la creación del Estado Social
y Democrático de Derecho, logró establecer como valores superiores del
ordenamiento jurídico: la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo
político. Sin embargo, a pesar de garantizarse la libertad ideológica o
religiosa en sus manifestaciones, y a pesar de establecerse que la estructura de los partidos políticos –
en cuanto que instrumentos de participación política- deben de ser democráticos en su estructura
interna y su funcionamiento, muy pronto tendencias humanas caciquiles y de
ambición de poder dieron lugar a luchas de intereses, enfrentamientos, y
conflictos a pesar de andar por el camino del Estado de Bienestar.
En verdad, aunque se
realizaran muchas transformaciones sociales en salud, educación, vivienda y
trabajo, pero también en infraestructuras –algunas con motivo de las
celebraciones del año 1992-, ya por entonces se pedía una “regeneración” de
talante democrático, ético, racional y social, y de la vida política y
económica.
Ahora, como ya dijera Antonio García Santesmases, en su
libro: Ética, Política y Utopía, hay
que analizar el momento histórico y preguntarse si la política al uso puede
liberarse de sus servidumbres. Concretamente, viendo la realidad de inicios del
año 2001, formulaba su pregunta ante: “Un mundo histórico en el que conviven la
fuerza de la mundialización económica con la apuesta por la universalidad de
los derechos humanos; donde conviven la utopía de los derechos humanos y la
realidad de una política sometida a los dictados del mercado. ¿Puede
liberarse la política de una servidumbre
tan fuerte?”.
Nada fácil. En 2010,
aunque el propio Aranguren hubiera fallecido en abril de 1996, se nos
ofrecía como libro de cabecera: Ética y
Política, cuyo fundamento se remontaba al curso académico 1960/61.
Ahora, tras las preocupaciones de los inicios del siglo XXI,
retomando la dialéctica entre Ética y Política, y tras la crisis económica de
2008, estamos en otro contexto: la incidencia mundial del coronavirus y la pandemia,
que tantas personas sufren en sus carnes. Ante tantas muertes, y ante la
escasez de medios, instrumentos, infraestructuras y servicios sanitarios y
sociales ¿cabe vislumbrar un horizonte de solidaridad hacia la Ética, con sentido comunitario, más
allá de tendencias “crisopatriotas” (de quienes ambicionan el dinero bajo un
lenguaje patriótico) y más allá de la “partitocracia” (o partidocracia de
oligarquías partidistas)?
¿Es posible un nuevo talante ético en el quehacer humano
personal e institucional? ¿Puede llegar a ser nuestro comportamiento Ley
Universal Humana por medios institucionales de un federalismo constructivo que
llegue incluso a la tan pedida refundación de Naciones Unidas?
No se olvide, como indicara Ignacio Ellacuría en sus
aportaciones al encuentro de religiones abrahámicas (en 1987), que la confesión
de un único Dios Liberador lleva consigo la confesión de una única Humanidad.
No se olvide tampoco que, para construir el Estado de
Justicia Social, hay que abordar la Ética tanto en el ámbito individual o
personal como en el comunitario y social; que la democratización real abarca lo
económico, lo social y la política; y que la moralización social tiene que
efectuarse por medio de personas y comunidades y por medio de las instituciones.
Por todo ello, tal vez, tanto Ignacio Ellacuría –desde su
Filosofía de la Liberación- como en estos momentos Federico Mayor Zaragoza –
desde su experiencia vivida en la UNESCO y desde su objetivo de educar para la
paz- postulan la urgente necesidad de refundar Naciones Unidas, con el fin de
combatir las realidades estructuralmente injustas, la insolidaridad entre
riqueza y pobreza, y todo tipo de desigualdades contrarias a la Carta Universal
de los Derechos Humanos.
La tarea no es nada fácil, no obstante la experiencia
mundial de sufrir una pandemia en estos momentos históricos de tantas
contradicciones, logrando agudizar la conciencia de la solidaridad frente al
egoísmo, está ofreciendo la oportunidad de impulsar un renovado sentido de
Comunidad Humana, capaz de vivir en paz, en libertad e igualdad, en solidaridad
y justicia, y en sintonía con la Casa Común que es nuestra Madre Tierra.
Entra dentro de lo deseable, yo me quedaría muy a gusto si a todo el personal sanitario al que tanto se le ha aplaudido, tuviera realmente un reconocimiento social y no necesariamente económico sino de puestos de trabajo, de dotaciones de materiales de investigación, de previsión y de reconocimiento de su labor. De igual modo se consiguiera una estructura de apoyo a las personas mayores que precisan de una atención más en consonancia con su edad, enfermedad, achaques, minusvalías etc. que dispongan de personal suficiente para el cuidado de aquellos.
ResponderEliminarUn abrazo
Práctico, práctico, y paso a paso. Gracias, Rafa. Salud y Educación, son sin duda los pilares de cualquier construcción social.
ResponderEliminarMuy interesante sobre todo el compromiso. Zalú.
ResponderEliminarPepe, el párrafo final esclarece mucho el sentido interno del texto. CSRZ
ResponderEliminarGracias por compartir. C.I.
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