Hay una máxima evangélica de no sólo amar al prójimo sino incluso al
enemigo, al beligerante, al contrincante, pero también a quien se ve como extranjero, al que se percibe como extraño o incluso como
una amenaza.
José Ellacuría, un maestro de la paz y la serenidad interior, explica
cómo asumir de forma natural esta máxima que no parece fácil llevarla a la
práctica y que, sin embargo, es básica e ineludible para una convivencia
humana plural y diversa, llena de contradicciones, y de excesivos enfrentamientos entre personas, familias y comunidades.
Dice así: “En el
mar siempre habrá olas, de mayor o menor tamaño. Al llegar al litoral, la misma
ola puede encontrar la roca o puede encontrar arena. ¡Qué diferencia! Contra la
roca estalla en mil pedazos. Con la arena se encuentra suavemente. Incluso si
la ola es muy potente, en la arena rompe sobre sí misma y pierde su fiereza.
¿Necesitas
explicación? Pues voy a dártela. Los que pretenden incordiarte y convertirte en
enemigo van a estar siempre ahí. Pero la manera de encontrarte con ellos
dependerá siempre de ti. Si eres roca el encuentro se manifestará
estruendosamente y ambos quedaréis dañados. Si eres playa toda agresividad
quedará neutralizada y no percibirá la
más mínima agresión. Un detalle, la roca y la arena, están hechas de la misma
materia, solo cambia su aspecto exterior.”
De
hecho, el sol nace sobre buenas y malas personas, y cuando el agua cae de forma
mimosa lo hace sobre personas justas e injustas… Según Mateo, en su evangelio 5, 38 y ss., Jesús decía en aquel entonces: “sabéis que
está mandado: “ojo por ojo, diente por diente” Pero yo os digo: no hagáis
frente al que os agravia… Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu amigo y
aborrecerás a tu enemigo”. Yo, en cambio, os digo: “Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen…” Y “si
saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario?”
Hay,
claramente, en este texto una invitación a la plenitud, a ser perfectos incluso
en circunstancias muy adversas. ¡Todo un reto!
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