Ante el reto de construir la Comunidad Humana sin exclusiones de ningún tipo, del mismo modo que es fundamental la igualdad efectiva, conforme a Derecho, entre la mujer y el hombre, del mismo modo es básico y elemental incorporar la interculturalidad, a modo de imperativo no sólo ético sino jurídico. Ello nos sitúa de inmediato en un horizonte más allá del liberalismo y del comunitarismo, y más allá de la división dialéctica Norte Sur, división entre “ellos y nosotros” o división entre las culturas hegemónicas (las liberales más avanzadas en el campo científico técnico) y las culturas "dependientes" o "periféricas".
El valor de la interculturalidad viene exigido por la perversión de la apropiación abusiva y la acumulación de propiedad de un 20% de la población mundial (aproximadamente 1.300 millones de habitantes) que goza y se beneficia del 80% de los bienes mundiales frente a un 80% (5.200 millones) que, siendo personas desposeídas, no pueden realmente ejercer su libertad y sólo pueden sobrevivir y malvivir administrando el 20% de los bienes mundiales. Con el agravante de que muchas personas dirigentes, altos cargos, negociantes y comerciantes del Tercer Mundo pertenecen de hecho a ese 20% del bienestar (bien être) occidental.
Para asentar mínimamente unas bases de interculturalidad, lo primero sería, frente a cierto imperialismo jurídico (sobre todo de las grandes potencias), el paso de la jerarquía a la igualdad de las culturas en un proceso de intercambio y enriquecimiento mutuo, más allá de la cuestión de mayorías y minorías que encierra sus propias contradicciones. Cultura es realidad plural y evolutiva. Lo segundo sería asumir una ética de intercambio, razonamiento y convergencia, sobre la base de unas reglas mínimas de “personeidad” (ser persona), alteridad, reciprocidad o “respectividad”, argumentación o pensamiento y sabiduría, y sentido de la comunidad humana. Lo tercero es mirar hacia una nueva realidad histórica sin exclusiones, e ir poniendo los medios necesarios para lograrlo, y evitar así todo tipo de dualización en lo local y en lo global. Lo que obligaría a garantizar la aplicación del Derecho Internacional Público, pero también los derechos individuales; y los culturales y sociales (desarrollando mejor esta parte de los Derechos Humanos).
El valor de la interculturalidad viene exigido por la perversión de la apropiación abusiva y la acumulación de propiedad de un 20% de la población mundial (aproximadamente 1.300 millones de habitantes) que goza y se beneficia del 80% de los bienes mundiales frente a un 80% (5.200 millones) que, siendo personas desposeídas, no pueden realmente ejercer su libertad y sólo pueden sobrevivir y malvivir administrando el 20% de los bienes mundiales. Con el agravante de que muchas personas dirigentes, altos cargos, negociantes y comerciantes del Tercer Mundo pertenecen de hecho a ese 20% del bienestar (bien être) occidental.
Para asentar mínimamente unas bases de interculturalidad, lo primero sería, frente a cierto imperialismo jurídico (sobre todo de las grandes potencias), el paso de la jerarquía a la igualdad de las culturas en un proceso de intercambio y enriquecimiento mutuo, más allá de la cuestión de mayorías y minorías que encierra sus propias contradicciones. Cultura es realidad plural y evolutiva. Lo segundo sería asumir una ética de intercambio, razonamiento y convergencia, sobre la base de unas reglas mínimas de “personeidad” (ser persona), alteridad, reciprocidad o “respectividad”, argumentación o pensamiento y sabiduría, y sentido de la comunidad humana. Lo tercero es mirar hacia una nueva realidad histórica sin exclusiones, e ir poniendo los medios necesarios para lograrlo, y evitar así todo tipo de dualización en lo local y en lo global. Lo que obligaría a garantizar la aplicación del Derecho Internacional Público, pero también los derechos individuales; y los culturales y sociales (desarrollando mejor esta parte de los Derechos Humanos).
Las claves del futuro están en el quehacer y en el conocer, en el aprender a ser y convivir, en la educación permanente, en la cultura como cultivo psicofísico, espiritual y creativo, y en el desarrollo humano: Pues la educación y la cultura son las bases del puente que va de la esclavitud a la libertad.
En el aprendizaje de una Nueva Humanidad, hay que ir alcanzando nuevos contratos sociales en la relación persona y comunidad, y en la solidaridad internacional, incluso mediante las redes telemáticas, y las más modernas formas de comunicación, pero asentando y fortaleciendo el Derecho Internacional y sus garantías.
En este sentido, la experiencia de la emigración, el haber sido extranjeros en otros países, es un punto de referencia a tener en cuenta. Dicha experiencia es, sin duda, fuente de enriquecimiento y de mayor comprensión del otro en cuanto que otra persona, igual en cuanto a derechos y deberes. Aprender a aprender y a emprender, aprender para realizarse y ser útil, aprender para la solidaridad, aprender para vivir, para trabajar, para esperar, para conocer cada vez más los secretos de la naturaleza, para prestar servicios en la sociedad, para abrir horizontes de esperanza y de humanidad, para convivir.
En el contexto de la inmigración y la convivencia, aprender a dialogar, a conocer al otro, a convivir con el otro, desde el principio y la exigencia de la igualdad, y desde el reconocimiento de la identidad y el valor del otro, es el punto de partida ineludible para conjugar el objetivo de desarrollo integral de la UE: cohesión territorial, cohesión económica y cohesión social.
Teniendo en cuenta que el paradigma más englobante y real, en el mundo de la globalidad, es el de la Comunidad Humana, es precisamente en ese proceso constructivo en donde la Cultura ha de responder a las exigencias actuales de la convivencia en igualdad y libertad, para que ambos valores no sean simples pretextos de dominio o elementos utópicos ajenos a la verdad de la realidad cotidiana.
En consecuencia, en cada Pueblo, Nación o Estado, en cada Comunidad Humana, el Derecho, en su triple dimensión social, axiológica y normativa, además de actualizar su devenir histórico, ha de ir introduciendo aquellos valores superiores que mejor garanticen la convivencia y la paz. Constitucionalmente, los valores de la igualdad, la libertad, y el pluralismo político, son imprescindibles para que la justicia se abra paso realmente; pero en el contexto actual, hay que incorporar también el valor de la interculturalidad para alcanzar no sólo el respeto del otro en cuanto otro, sino el enriquecimiento mutuo como miembros de la misma Comunidad Humana, una y plural al mismo tiempo.
La persona humana, diría Kant, la mujer y el hombre, decimos nosotros, no son mercancía sino un fin en sí mismos, una vida que tiende a su realización personal, social e histórica. El fetiche de la persona no es el de la mercancía. El fetiche de la persona es su dignidad. Y su dignidad está en la razón y está en el corazón, en medio de un mundo sin corazón, sometido a la fuerza de los más poderosos.
El mismo día 14/06/10, en el periódico digital "el plural.com", Vicenç Navarro facilita datos sobre España del período 1996-2004 -de gobierno liberal conservador-, en el que las políticas del PP favorecieron mucho más a la clase empresarial que a la clase trabajadora: "Las rentas superiores se dispararon a costa de las rentas del trabajo. Los beneficios empresariales vieron aumentar sus beneficios un 73% ... mientras que los costes laborales aumentaron durante el mismo período un 3,7%"
ResponderEliminarHay, pues, que tener mucho cuidado con la manipulación de la opinión pública