Discurso do Papa aos Movimentos Populares
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Ante este importante discurso que me han remitido desde América Latina un par de amigos, he optado por hacer un esfuerzo de síntesis y ofrecer su lectura para la reflexión de toda persona y comunidad interesadas en este tipo de temas
Para el Papa
Francisco, las famosas tres T”: tierra, techo y trabajo para todos son derechos
sagrados. Vale la pena luchar por ellos. Por ello nos dice: “Que el clamor de
los excluidos se escuche en América Latina y en toda la tierra.” Al final del discurso propone Tres Tareas de suma urgencia.
Primero de
todo.
1. Necesitamos un
cambio. Habla Francisco de los problemas comunes de todos
los latinoamericanos y, en general, también de toda la humanidad. Problemas que
tienen una matriz global y que hoy ningún Estado puede resolver por sí mismo.
Hecha esta aclaración, propone que nos hagamos estas preguntas:
- ¿Reconocemos
que las cosas no andan bien en un mundo donde hay tantos campesinos sin tierra,
tantas familias sin techo, tantos trabajadores sin derechos, tantas personas
heridas en su dignidad?
- ¿Reconocemos
que las cosas no andan bien cuando estallan tantas guerras sin sentido y la
violencia fratricida se adueña hasta de nuestros barrios? ¿Reconocemos que las
cosas no andan bien cuando el suelo, el agua, el aire y todos los seres de la
creación están bajo permanente amenaza?
Entonces,
digámoslo sin miedo: necesitamos y queremos un cambio.
¿Reconocemos
que este sistema ha impuesto la lógica de las ganancias a cualquier costo sin
pensar en la exclusión social o la destrucción de la naturaleza? Si esto así, digámoslo
sin miedo: queremos un cambio, un cambio real, un cambio de estructuras. Este
sistema ya no se aguanta, no lo aguantan los campesinos, no lo aguantan los
trabajadores, no lo aguantan las comunidades, no lo aguantan los Pueblos… Y
tampoco lo aguanta la Tierra, la hermana Madre Tierra como decía San Francisco.
Queremos un
cambio en nuestras vidas, en nuestros barrios, en el pago chico, en nuestra
realidad más cercana; también un cambio que toque al mundo entero porque hoy la
interdependencia planetaria requiere respuestas globales a los problemas
locales. La globalización de la esperanza, que nace de los Pueblos y crece
entre los pobres, debe sustituir a esta globalización de la exclusión y la
indiferencia.
Plantea el Papa
Francisco un cambio positivo, un cambio que nos haga bien, un cambio –podríamos
decir– redentor. Porque lo necesitamos. Pues son muchos los que esperan, buscan
y anhelan un cambio que les libere de cuanto les esclaviza.
En efecto: “Se
está castigando a la tierra, a los pueblos y las personas de un modo casi
salvaje. Y detrás de tanto dolor, tanta muerte y destrucción, se huele el tufo
de eso que Basilio de Cesarea llamaba «el estiércol del diablo». La ambición
desenfrenada de dinero que gobierna. Ese es el estiércol del diablo. El
servicio para el bien común queda relegado. Cuando el capital se convierte en
ídolo y dirige las opciones de los seres humanos, cuando la avidez por el
dinero tutela todo el sistema socioeconómico, arruina la sociedad, condena al
hombre, lo convierte en esclavo, destruye la fraternidad interhumana, enfrenta
pueblo contra pueblo y, como vemos, incluso pone en riesgo esta nuestra casa
común.”
¿Qué podemos
hacer?
Podemos hacer
mucho. De hecho, los más humildes, los explotados, los pobres y excluidos,
pueden y hacen mucho. Quizás el futuro de la humanidad está, en gran medida, en
sus manos, en su capacidad de organizarse y promover alternativas creativas, en
la búsqueda cotidiana de «las tres T» ¿De acuerdo? (trabajo, techo, tierra) y
también, en su participación protagónica en los grandes procesos de cambio,
Cambios nacionales, cambios regionales y cambios mundiales. ¡No se achiquen!
En segundo lugar:
2.
¿Somos
sembradores de cambio? En realidad se
trata de un proceso, donde la pasión por sembrar, por regar serenamente lo que
otros verán florecer, remplaza la ansiedad por ocupar todos los espacios de
poder disponibles y ver resultados inmediatos. La opción es por generar proceso
y no por ocupar espacios. Cada uno de nosotros no es más que parte de un todo
complejo y diverso interactuando en el tiempo: pueblos que luchan por una
significación, por un destino, por vivir con dignidad, por «vivir bien».
Dignamente, en ese sentido.
Desde los
movimientos populares, se asumen las labores de siempre motivados por el amor
fraterno que se rebela contra la injusticia social. ... Es
imprescindible que, junto a la reivindicación de los legítimos derechos, los
Pueblos y sus organizaciones sociales construyan una alternativa humana a la
globalización excluyente. Tarde o temprano se verán los frutos.
A los
dirigentes hay que pedirles que sean creativos y nunca pierdan el arraigo a lo
cercano, porque el padre de la mentira sabe usurpar palabras nobles, promover
modas intelectuales y adoptar poses ideológicas, pero si se construye sobre
bases sólidas, sobre las necesidades reales y la experiencia viva de toda
persona humana, de los campesinos e indígenas, de los trabajadores excluidos y
las familias marginadas, seguramente no se van a difuminar los objetivos.
Nadie puede ser
ajeno a este proceso. La colaboración responsable, respetuosa con los movimientos populares,
puede potenciar estos esfuerzos y fortalecer los procesos de cambio.
3. Algunas tareas
importantes para este momento histórico. Puesto que queremos
un cambio positivo para el bien de todos; queremos un cambio que se enriquezca
con el trabajo mancomunado de los gobiernos, los movimientos populares y otras
fuerzas sociales; pero necesitamos definir el contenido del cambio, podría decirse,
el programa social que refleje este proyecto de fraternidad y justicia que
esperamos, y que no es fácil de definir.
El Papa Francisco, consciente de que no hay receta fácil, se atreve a proponer tres grandes
tareas:
1.
La primera
tarea es poner la economía al servicio
de los Pueblos: Los seres humanos y la naturaleza no deben estar al
servicio del dinero. Digamos NO a una economía de exclusión e inequidad donde
el dinero reina en lugar de servir. Esa economía mata. Esa economía excluye.
Esa economía destruye la Madre Tierra.
La economía no
debería ser un mecanismo de acumulación sino la adecuada dministración de la
Casa Común.
Una economía
justa debe crear las condiciones para que cada persona pueda gozar de una
infancia sin carencias, desarrollar sus talentos durante la juventud, trabajar
con plenos derechos durante los años de actividad y acceder a una digna
jubilación en la ancianidad. Es una economía donde el ser humano en armonía con
la naturaleza, estructura todo el sistema de producción y distribución para que
las capacidades y las necesidades de cada uno encuentren un cauce adecuado en
el ser social. Ustedes, y también otros pueblos, resumen este anhelo de una
manera simple y bella: «vivir bien». Que no es lo mismo que ver pasar la vida.
Esta economía
no es sólo deseable y necesaria sino también posible. No es una utopía ni una
fantasía. Es una perspectiva extremadamente realista. Podemos lograrlo.
Esto implica
mejorar los procesos de trabajo, proveer infraestructuras adecuadas y garantizar
plenos derechos a los trabajadores.
2.
La segunda tarea es unir nuestros Pueblos
en el camino de la paz y la justicia. Los pueblos del mundo quieren ser
artífices de su propio destino. Quieren transitar en paz su marcha hacia la
justicia. No quieren tutelajes ni injerencias donde el más fuerte subordina al
más débil. Quieren que su cultura, su idioma, sus procesos sociales y
tradiciones religiosas sean respetados.
Ningún poder
fáctico o constituido tiene derecho a privar a los países pobres del pleno
ejercicio de su soberanía.
Los pueblos de
Latinoamérica parieron dolorosamente su independencia política y, desde
entonces llevan casi dos siglos de una historia dramática y llena de
contradicciones intentando conquistar una independencia plena.
En estos
últimos años, después de tantos desencuentros, muchos países latinoamericanos
han visto crecer la fraternidad entre sus pueblos. Los gobiernos de la Región
aunaron esfuerzos para hacer respetar su soberanía, la de cada país y la del
conjunto regional, que tan bellamente, como nuestros Padres de antaño, llaman
la «Patria Grande».
Mantener la
unidad frente a todo intento de división es necesario para que la región crezca
en paz y justicia.
A pesar de
estos avances, todavía subsisten factores que atentan contra este desarrollo
humano equitativo y coartan la soberanía de los países de la «Patria Grande» y
otras latitudes del planeta. El nuevo colonialismo adopta diversa fachadas. A
veces, es el poder anónimo del ídolo dinero: corporaciones, prestamistas,
algunos tratados denominados «de libres comercio» y la imposición de medidas de
«austeridad» que siempre ajustan el cinturón de los trabajadores y de los
pobres.
Del mismo modo,
la concentración monopólica de los medios de comunicación social que pretende
imponer pautas alienantes de consumo y cierta uniformidad cultural es otra de
las formas que adopta el nuevo colonialismo. Es el colonialismo ideológico.
Hay que
reconocer que ninguno de los graves problemas de la humanidad se puede resolver
sin interacción entre los Estados y los pueblos a nivel internacional. Todo
acto de envergadura realizado en una parte del planeta repercute en todo en
términos económicos, ecológicos, sociales y culturales. Hasta el crimen y la
violencia se han globalizado. Por ello ningún gobierno puede actuar al margen
de una responsabilidad común.
Si realmente
queremos un cambio positivo, tenemos que asumir humildemente nuestra
interdependencia, es decir, nuestra sana interdependencia. Pero interacción no
es sinónimo de imposición, no es subordinación de unos en función de los
intereses de otros. El colonialismo, nuevo y viejo, que reduce a los países
pobres a meros proveedores de materia prima y trabajo barato, engendra
violencia, miseria, migraciones forzadas y todos los males que vienen de la
mano… precisamente porque al poner la periferia en función del centro les niega
el derecho a un desarrollo integral. Y eso hermanos es inequidad y la inequidad
genera violencia que no habrá recursos policiales, militares o de inteligencia
capaces de detener.
Digamos NO
a las viejas y nuevas formas de colonialismo.
Digamos SÍ al
encuentro entre pueblos y culturas.
3. La tercera tarea, tal vez la más importante que debemos asumir hoy, es
defender la Madre Tierra.
La Casa Común
de todos nosotros está siendo saqueada, devastada, vejada impunemente. La
cobardía en su defensa es un pecado grave. Vemos con decepción creciente como
se suceden una tras otra cumbres internacionales sin ningún resultado
importante. Existe un claro, definitivo e impostergable imperativo ético de
actuar que no se está cumpliendo. No se puede permitir que ciertos intereses
–que son globales pero no universales– se impongan, sometan a los Estados y
organismos internacionales, y continúen destruyendo la creación.
Los Pueblos y
sus movimientos están llamados a clamar, a movilizarse, a exigir pacífica pero
tenazmente– la adopción urgente de medidas apropiadas.
Para finalizar,
el Papa Francisco subraya lo siguiente: el futuro de la Humanidad no está
únicamente en manos de los grandes dirigentes, las grandes potencias y las
élites. Está fundamentalmente en manos de los Pueblos; en su capacidad de
organizar y también en sus manos que riegan con humildad y convicción este
proceso de cambio.
Digamos juntos
desde el corazón: ninguna familia sin vivienda, ningún campesino sin tierra,
ningún trabajador sin derechos, ningún pueblo sin soberanía, ninguna persona
sin dignidad, ningún niño sin infancia, ningún joven sin posibilidades, ningún
anciano sin una venerable vejez.
*
Sigamos con la
lucha y cuidemos muy mucho a la Madre Tierra. ¡Unámonos a todas las personas buenas
del mundo! ¡Hagamos frente a quienes pretendan ser esclavistas o devoradores del ser humano y de los bienes comunes de la Tierra!
Normalmente tenemos como ideal el ser libres, responsables e iguales ante la Ley y el Derecho. Por ello, ante acontecimientos como los que están produciéndose en Oriente Medio y Europa, Federico Mayor Zaragoza nos recuerda: "Seremos responsables cuando no necesitemos imágenes como ésta [la de un niño ahogado en la playa] para reaccionar. Cuando no olvidemos que cada día mueren de hambre miles de niños, mujeres y hombres al tiempo que se invierten 3.000 millones de dólares en armas y gastos militares. Cuando no miremos a otro lado sabiendo que estamos deteriorando el medio ambiente. Cuando exijamos con firmeza a los mandamases con grandes clamores populares que la ayuda al desarrollo debe incrementarse para conseguir una vida digna para todos. Entonces seremos responsables." Tal vez entonces empezaremos a caminar por la senda de la Justicia y podamos incluso hablar de igualdad ante la Ley y el Derecho.
ResponderEliminarY dejaremos de merecer la terrible exclamación de Albert Camus "Les desprecio, porque pudiendo no se atreven".