Desde que venimos reflexionando sobre la realidad de la pandemia actual, causada por el coronavirus (COVID-19), aunque miremos con esperanza hacia nuevas energías en el seno de la Comunidad Humana, siempre reaparecen obstáculos, confrontaciones, y carencias de Justicia e Igualdad, que dificultan o impiden la libertad en toda persona humana, sin distinción de género, clase o condición. Por ello, viene como "anillo al dedo" el artículo que nos remite el profesor jubilado como geógrafo, Juan Francisco Ojeda, que nos transmite su vivencia del modo siguiente:
NO EXISTE LIBERTAD SIN
JUSTICIA E IGUALDAD
En estos días de
confinamiento responsable y obligada introspección, estoy recibiendo continuas
reflexiones y relatos de amigos que me interpelan y, a veces, comparto. Tal esfuerzo por compartir o matizar posiciones
me conduce inexorablemente a buscar las raíces de mis convicciones.
Mi vida y las de
muchos que hemos recorrido gran parte de la segunda mitad del siglo XX y lo que
va del XXI, están marcadas por un virus que se ha encarnado sustancialmente en nuestras
personas, conformándolas como tal e hiriéndolas y enorgulleciéndolas, a la vez.
No se trata de una pandemia, como el dichoso coronavirurs, sino de un virus muy
selectivo y casi exclusivamente transmisible entre los que conformamos los estamentos
o clases medias: aquellos que hemos tenido la suerte o capacidad de poder
filosofar y de poder valorar la cultura o el disfrute como dones gratuitos. Y,
con ello, podemos contar con la libertad que nos otorgan tanto el tener
resuelto nuestro “primum vívere” como el no preocuparnos por guardar porque vivimos al
día y no somos objetivos prioritarios de ladrón alguno.
Ese virus,
inquietante y maravilloso a la vez, se llama preocupación o compasión con los
pobres. Yo creo que, en el entorno español de muchos de mi generación, tal
virus es inoculado primeramente por el evangelio y sus atractivas parábolas y relatos
compasivos: rico epulón, hijo pródigo, bienaventuranzas, magdalena, buen ladrón….
Y se va desarrollando y mutando con lecturas sociopolíticas y filosóficas explicativas
de la pobreza y reivindicativas de una necesaria justicia distributiva en un
mundo cada día más injusto.
Ahora bien, dependerá
de que en cada persona o grupo se acentúe la raíz religiosa o la fuente
ideológica para que aquel primario virus de la compasión con los pobres se reafirme
como un caritativo y analgésico “bálsamo reparador” o mute y se radicalice
hacia un compromiso activo con la “lucha por la igualdad”.
Cuando terminamos
creyéndonos que una pandemia como el coronavirus parece estar rompiendo los
moldes clasistas y admitimos tópicos como el que sostiene que los más pobres
entre los pobres están naturalmente más vacunados ante cualquier virus,
aliviamos el efecto de nuestra primera compasión, que –por ejemplo- no puede
soportar, en el actual contexto andaluz,
la infamia de los campos chabolistas de inmigrantes en Huelva y Almería.
Y entonces, acudimos a la caridad o aplaudimos las subvenciones y parches
oficiales, entendiendo que pueden tener su coyuntural y urgente virtualidad,
aunque los del “bálsamo reparador” quizás sostengan que esas son las únicas y
posibles soluciones estructurales en un mundo que consideran injusto por
naturaleza.
De hecho, el
Boletín Oficial de la Junta de Andalucía de 15 de abril, publica el Decreto-Ley
9/2020, en el que se establecen medidas urgentes en el ámbito económico y
social como consecuencia de la situación ocasionada por el coronavirus
(COVID-19), presupuestando, en su capítulo I, 50 millones de € para personas
trabajadoras por cuenta propia o autónomas afectadas en el conjunto regional y,
en el capítulo II, se reparten 2.297.160
€ entre distintos Ayuntamientos de las provincias de Almería y Huelva, para
responder a las necesidades de sus asentamientos chabolistas. Ojalá estas
cantidades puedan conseguir aliviar momentáneamente los abastecimientos básicos de agua, energía
y servicios en tales asentamientos, que acogen a millares de personas.
Pero para
quienes hemos apostado y nos comprometemos con la lucha por la igualdad no
puede ser esta la meta de nuestra carrera, aunque pueda constituirse en meta de
avituallamiento en unos momentos concretos y urgentes. Porque nosotros estamos
obligados a denunciar que estas soluciones caritativas y analgésicas sólo
tienen una función coyuntural y pueden opacar la dignidad de las personas. Tenemos
que dejar claro ante todos nuestros conciudadanos que los inmigrantes
subvencionados de Níjar, Vicar, El Ejido, Roquetas, Antas y Cuevas de Almanzora
o Lepe, Palos, Moguer, Huelva y Lucena, son personas pobres que, en el actual contexto
de confinamiento responsable para todo ciudadano e imposible para ellos,
constituyen el mayor contingente de trabajadores de nuestros campos más
productivos y emergentes.
Y estos jornaleros
pobres no nos solicitan sustancialmente caridades o subvenciones, aunque es
verdad que no todos están trabajando todavía y, consecuentemente, los envíos de
alimentos y los comedores sociales resultan necesarios y bien recibidos. Pero
muchos de ellos no han dejado de trabajar y, por tanto, siguen cobrando sus
exiguos jornales. En definitiva, estos nuevos ciudadanos, empadronados o no en
sus municipios de residencia, están pidiéndonos a voces un cambio radical de
actitud, que vaya más allá del mero acogimiento vergonzante y caritativo y
apunte a la promoción permanente del diálogo y el encuentro entre iguales. ¿O
acaso seguimos pensando que, en el fondo, no son iguales que nosotros?
Con todo mi
coraje y respondiendo a las exigencias de aquel virus de la compasión, que me
inoculó el relato evangélico y se me mutó en compromiso de lucha radical contra
la pobreza, me solidarizo con la lucha concreta y arriesgada de estos
ciudadanos inmigrantes, a quienes acompañé en su manifestación tras el incendio
del asentamiento lepero en fechas prenavideñas y a quienes ahora apoyo y
ofrezco mis posibles ayudas, tras el reciente incendio de otras cien chabolas
en los campos de Palos, el pasado 14 de
abril.
En aquella
manifestación de Lepe aplaudíamos y nos uníamos a sus gritos, que serían los
mismos si ahora pudiesen manifestarse en Palos: ¡No más chabolas! ¡Queremos casas y, con ellas, agua y servicios
básicos! No nos regaléis nada, alquilarnos las casas que tenéis vacías, porque
podemos pagarlas. Y sus mujeres
terminaban uniéndose así al alegato: …y las
limpiaremos con esmero. Por favor, fiaros de nosotras.
Aquella
compasión primera no puede hacernos dudar de nuestra capacidad de lucha por la
transformación real y efectiva de este nuestro mundo injusto, racista y
discriminatorio, aunque híbrido y mezclado. Para que dicha transformación se
vaya produciendo, no basta con reconocer la importancia de la inserción
socio-laboral de los inmigrados, sino que tenemos que seguir luchando por vías
claras e inequívocas hacia la integración, la interculturalidad y la transculturalidad.
Hay que desarrollar programas políticos, sindicales y educativos que vayan
conduciendo a nuestras emergentes, pero ensimismadas y adormecidas poblaciones,
a reconocer que toda esta nueva ciudadanía inmigrada no sólo aporta trabajo
duro y riquezas materiales contables, sino que también puede ofrecer diversidad
de estrategias vitales y generar la gran
riqueza cultural de la mezcla.
Salud, suerte,
lucha solidaria y abrazos a quienes peleáis cotidianamente en estas trincheras,
encuadrados en distintas asociaciones y ONGs, o desde un activismo personal, comprometido
e intransferible.
En Sevilla a 19
de abril de 2020
Juan F. Ojeda Rivera. Profesor jubilado de Geografía
y secretario ejecutivo de IESMALÁ (Instituto de Estudios Sociales del
Mediterráneo, África y Latinoamérica) (www.iesmala.org)
Gracias, Juan Francisco, por tu sinceridad y compromiso.
ResponderEliminarEspléndido artículo el de Juan Francisco. Lo hago mío y lo difundiré. En breve difundiré un texto que estoy escribiendo sobre la "disidencia consciente". Te lo enviaré, Pepe. E.C.B.
ResponderEliminarGracias, Pepe, por compartir esta reflexión de un amigo que lleva toda su vida poniendo sus talentos al servicio de la comunidad...
ResponderEliminarInteresante y enriquecedor, como siempre