domingo, 3 de mayo de 2020

HACIA LA ÉTICA EN LA CASA COMÚN


        Desde el curso de 1981/82, siendo conscientes del lento devenir y evolución de la persona humana, parecía importante incorporar en la dimensión ética de la filosofía el denominado imperativo categórico de Kant, a modo de preámbulo de su “Crítica de la Razón Práctica”: “Obra de tal modo que puedas erigir en Ley Universal tu comportamiento”. ¡Menudo reto!

         Desde las religiones, aunque se haya formado en sus seguidores una conciencia ética hacia el Bien Común,  se ha sido por lo general muy dogmático y han existido guerras de religión que se saltaban  - y se saltan-  las exigencias básicas de una denominada Ley Natural de tres exigencias básicas: “no matarás, no mentirás y no robarás”. Se ha sido demasiado cruel frente a supuestas herejías, disidentes y seguidores de religiones enfrentadas, usando el nombre de Dios en vano. En ese caso, mejor la Ética de respetar la vida y amar la verdad, sin más connotaciones. Una religión que rompe los lazos de “religación” con las demás personas, comunidades o pueblos, en vez de practicar el amor se vuelve desalmada, hasta despreciar la vida del contrario y robar su propia dignidad.

         Por ello, tal vez, previo a cualquier imperativo moral, religioso o ideológico, ya Ortega y Gasset invitaba a conjugar Vida y Razón, para saber a qué atenerse en la vida. Pues a nuestras espaldas está lo que hemos sido, y que quizás en no pocos aspectos pueda actuar negativamente en lo que seamos capaces de ser. Pero ante nosotros está la potencialidad de aprender de lo vivido y proyectar en la realidad histórica las diversas posibilidades de ser, eligiendo la más coherente y humana, venciendo por supuesto las circunstancias adversas.

         Esta perspectiva, desde 1987, completada por la experiencia práctica y desde un talante ético liberador,  ha ido evolucionando hacia un sentido crítico más allá de ideologías al uso y de opciones partidistas, ya fueran individualistas y capitalistas, sociales y comunitarias, o comunistas.

         En el contexto de la sociedad española, desde finales de la Dictadura, de los años de 1970 al 75, hubo un giro en las relaciones entre Religión y Política, acentuándose la posibilidad de la Democracia gracias a la propia sociedad civil en su conjunto. En realidad, mucho antes, el profesor Aranguren había ofrecido un manual de Ética acentuando el sentido ético de la Filosofía, distinguiendo entre Ética y Teología, entre Moral y Religión, con el fin de reforzar la formación de la conciencia y acentuar amor y esperanza junto a las virtudes de la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza al enfrentarse la persona y la comunidad con la realidad concreta en su historicidad.       De hecho, el esfuerzo de diálogo –impulsado también en la praxis desde ámbitos universitarios- y el consenso político que culminó con la Constitución de finales de 1978, es decir, con la creación del Estado Social y Democrático de Derecho, logró establecer como valores superiores del ordenamiento jurídico: la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político. Sin embargo, a pesar de garantizarse la libertad ideológica o religiosa en sus manifestaciones, y a pesar de establecerse  que la estructura de los partidos políticos – en cuanto que instrumentos de participación política-  deben de ser democráticos en su estructura interna y su funcionamiento, muy pronto tendencias humanas caciquiles y de ambición de poder dieron lugar a luchas de intereses, enfrentamientos, y conflictos a pesar de andar por el camino del Estado de Bienestar.

         En verdad,  aunque se realizaran muchas transformaciones sociales en salud, educación, vivienda y trabajo, pero también en infraestructuras –algunas con motivo de las celebraciones del año 1992-, ya por entonces se pedía una “regeneración” de talante democrático, ético, racional y social, y de la vida política y económica.

         Ahora, como ya dijera Antonio García Santesmases, en su libro: Ética, Política y Utopía, hay que analizar el momento histórico y preguntarse si la política al uso puede liberarse de sus servidumbres. Concretamente, viendo la realidad de inicios del año 2001, formulaba su pregunta ante: “Un mundo histórico en el que conviven la fuerza de la mundialización económica con la apuesta por la universalidad de los derechos humanos; donde conviven la utopía de los derechos humanos y la realidad de una política sometida a los dictados del mercado. ¿Puede liberarse  la política de una servidumbre tan fuerte?”.

         Nada fácil. En 2010,  aunque el propio Aranguren hubiera fallecido en abril de 1996, se nos ofrecía como libro de cabecera: Ética y Política, cuyo fundamento se remontaba al curso académico 1960/61.

         Ahora, tras las preocupaciones de los inicios del siglo XXI, retomando la dialéctica entre Ética y Política, y tras la crisis económica de 2008, estamos en otro contexto: la incidencia mundial del coronavirus y la pandemia, que tantas personas sufren en sus carnes. Ante tantas muertes, y ante la escasez de medios, instrumentos, infraestructuras y servicios sanitarios y sociales ¿cabe vislumbrar un horizonte de solidaridad  hacia la Ética, con sentido comunitario, más allá de tendencias “crisopatriotas” (de quienes ambicionan el dinero bajo un lenguaje patriótico) y más allá de la “partitocracia” (o partidocracia de oligarquías partidistas)?

         ¿Es posible un nuevo talante ético en el quehacer humano personal e institucional? ¿Puede llegar a ser nuestro comportamiento Ley Universal Humana por medios institucionales de un federalismo constructivo que llegue incluso a la tan pedida refundación de Naciones Unidas?

         No se olvide, como indicara Ignacio Ellacuría en sus aportaciones al encuentro de religiones abrahámicas (en 1987), que la confesión de un único Dios Liberador lleva consigo la confesión de una única Humanidad.

         No se olvide tampoco que, para construir el Estado de Justicia Social, hay que abordar la Ética tanto en el ámbito individual o personal como en el comunitario y social; que la democratización real abarca lo económico, lo social y la política; y que la moralización social tiene que efectuarse por medio de personas y comunidades y por medio de las instituciones.

         Por todo ello, tal vez, tanto Ignacio Ellacuría –desde su Filosofía de la Liberación- como en estos momentos Federico Mayor Zaragoza – desde su experiencia vivida en la UNESCO y desde su objetivo de educar para la paz- postulan la urgente necesidad de refundar Naciones Unidas, con el fin de combatir las realidades estructuralmente injustas, la insolidaridad entre riqueza y pobreza, y todo tipo de desigualdades contrarias a la Carta Universal de los Derechos Humanos.

         La tarea no es nada fácil, no obstante la experiencia mundial de sufrir una pandemia en estos momentos históricos de tantas contradicciones, logrando agudizar la conciencia de la solidaridad frente al egoísmo, está ofreciendo la oportunidad de impulsar un renovado sentido de Comunidad Humana, capaz de vivir en paz, en libertad e igualdad, en solidaridad y justicia, y en sintonía con la Casa Común que es nuestra Madre Tierra.

5 comentarios:

  1. Entra dentro de lo deseable, yo me quedaría muy a gusto si a todo el personal sanitario al que tanto se le ha aplaudido, tuviera realmente un reconocimiento social y no necesariamente económico sino de puestos de trabajo, de dotaciones de materiales de investigación, de previsión y de reconocimiento de su labor. De igual modo se consiguiera una estructura de apoyo a las personas mayores que precisan de una atención más en consonancia con su edad, enfermedad, achaques, minusvalías etc. que dispongan de personal suficiente para el cuidado de aquellos.
    Un abrazo

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  2. Práctico, práctico, y paso a paso. Gracias, Rafa. Salud y Educación, son sin duda los pilares de cualquier construcción social.

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  3. Muy interesante sobre todo el compromiso. Zalú.

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  4. Pepe, el párrafo final esclarece mucho el sentido interno del texto. CSRZ

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  5. Gracias por compartir. C.I.

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