domingo, 14 de octubre de 2018

FE COMPROMETIDA DE MONSEÑOR ROMERO

 
      Encontrarse con Monseñor Romero implica encontrarse con un profeta y mártir que sigue vivo entre su pueblo por su insobornable trabajo de justicia, de paz, y de liberación y salvación salvadoreña. Encontrarse ante su fe es encontrarse con un hombre bueno y mártir cuyas huellas remiten al peregrinar de Jesús, como imagen de Dios encarnado en la Historia.


     Monseñor Romero -nos recordó Jon Sobrino a finales del siglo XX-, fue un conservador que, como escribió el cardenal Carlo Martini, arzobispo de Milan, “fue educado por su pueblo”, cambió su visión de la realidad salvadoreña indignado por los asesinatos y la represión de los pobres por parte de la dictadura militar. Por eso, quizás, en la eucaristía que se tuvo en la UCA tres días después del asesinato de Monseñor, el entonces rector de la UCA, que luchó por la necesaria reforma agraria en favor de la igualdad y de la paz,  dijo en la homilía que "con monseñor Romero Dios pasó por el Salvador."
"Numerosas personas han participado en la noche de este sábado en las actividades previas a la canonización de monseñor Romero en San Salvador.  


     Cuando, tras la mañana del 16 de noviembre de 1989 se produjeran nuevos asesinatos, ahora en la misma residencia de los jesuitas de la UCA, José Ellacuría, hermano de Ignacio, diría con sabiduría oriental, en el recuerdo de los mártires: "no eran dioses, eran las huellas de Dios".
    
       Eran, sin duda, personas que habían vivido en sí mismas la interpelación de los pueblos pobres, con acento dramático, hacia los pueblos opulentos. El impulso de la propia realidad venía ya indicado certeramente por aquel papa bueno, Juan XXIII, que se abrió al mundo por medio del Concilio Vaticano II, en la Constitución Gaudium et Spes, y que tendría una sensible continuidad serena pero firme en la Carta-Enciclica Popuplorum Progressio, que Pablo VI anunció el domingo de resurrección de 1967. Por eso es especialmente significativo la unión en santidad de Pablo VI y Monseñor Romero -quien contó con el respaldo de Pablo VI en todo momento, y a pesar de sus detractores-.
       Trece años después del asesinato de Monseñor Romero por un tiro en su corazón, María Lopez Vigil, el 24 de marzo de 1993, no pudo sino escribir en Piezas para un retrato (UCA editores), testimonios vitales  de más de doscientas personas sobre el hombre más universal de los salvadoreños.
       Monseñor Romero y los mártires de la UCA fueron, como multitud de campesinas y campesinos, víctimas de la injusticia estructural nefasta y del odio de los potentados y opulentos hacia las personas pobres. ¿Por qué? Porque prestaron su voz a quienes no tenían posibilidad de levantar la voz frente a las injusticias y las desigualdades lacerantes.
       Por todo ello, como se comentara en tiempos de la Populorum Progressio, hay que tomar conciencia de que la cuestión social es un tema global, que toda comunidad está llamada a un desarrollo integral, y que no se trata en absoluto de incrementar todavía más la riqueza de los ricos y la potencia de los fuertes, sino de fomentar la solidaridad efectiva para no acentuar de ningún modo la miseria de los pobres y oprimidos.
       Monseñor Romero es, pues, una invitación de amor efectivo para que toda comunidad pueda alcanzar un desarrollo integral solidario, más allá del simple desarrollo económico capitalista.