Publicaciones como las de Raul Fornet Betancourt (Transformación intercultural de la Filosofía,
de 2001) o la más reciente, de José Mario Méndez (Educaçao intercultural e Justiça Cultural, de 2009), me han hecho
reflexionar sobre la experiencia de más de una década respecto de la inmigración y la emigración.
Al tratar de gestionar la diversidad desde Andalucía (años 1998/99-2012/2013), el valor de la interculturalidad se ha ido abriendo paso, más allá de la “multiculturalidad” o el pluralismo, al igual que la integración legal, específica o sectorial y humana, más allá de tendencias de asimilación y uniformidad. Eso puede molestar a un modelo jerárquico prepotente y despectivo con "los otros", pero es propio de un modelo solidario, inclusivo, integral e integrador.
Al tratar de gestionar la diversidad desde Andalucía (años 1998/99-2012/2013), el valor de la interculturalidad se ha ido abriendo paso, más allá de la “multiculturalidad” o el pluralismo, al igual que la integración legal, específica o sectorial y humana, más allá de tendencias de asimilación y uniformidad. Eso puede molestar a un modelo jerárquico prepotente y despectivo con "los otros", pero es propio de un modelo solidario, inclusivo, integral e integrador.
Para una educación en perspectiva
intercultural, conviene distinguir entre
los siguientes paradigmas: asimilacionismo, integración, pluralismo o
multiculturalidad, e interculturalidad.
El primer
término, de asimilación, designa una
tendencia conservadora en países receptores de emigrantes (inmigración laboral
sobre todo), que exige adaptación a la sociedad establecida y homogénea, y que
considera que la cultura predominante debe absorber las diferentes expresiones
o producciones culturales minoritarias. Esta visión corre el riesgo de
favorecer un desarrollo excluyente.
El término integración pretende indicar la
tendencia a fusionar las diferencias en una unidad superior. A veces se
considera sinónimo de asimilación pero implica algunos matices de mayor respeto
a la diversidad y, desde el punto de vista político, traduce también la
intencionalidad de tener en cuenta distintos aspectos sectoriales o distintas
dimensiones de las personas y las sociedades. Se contempla no sólo la visión de
quien recibe sino también las necesidades y capacidades del que llega. Esta
visión no favorece la exclusión sino el desarrollo inclusivo.
Pluralismo o multiculturalidad no es
sólo un término político o ideológico sino social y cultural. Se considera que
la diferencia cultural existe en la historia y en la realidad cotidiana y se
valora como positiva. Se entiende que las distintas culturas pueden enriquecer
el conjunto o el mundo global, en nuestro momento histórico. Pero ocurre que,
al acentuar las diferencias y valorarlas de forma muy distinta, se establecen
compartimentos estancos o estratos superpuestos, cuando puede ser más rico el
crisol y el intercambio.
El término interculturalidad designa el valor que
favorece el diálogo y el intercambio. Y es ese el valor que nos aproxima a la
creatividad de una nueva realidad o de una expresión artística totalmente otra.
La
interculturalidad es, pues, un reto para la praxis histórica, conjunción de
pensamiento y acción comprometida con la diversidad de la sociedad en la que
vivimos. Es un reto para la Filosofía pero también para la Política y la
Economía, en el sentido de un desarrollo integral inclusivo y, en ningún caso
excluyente.
Frente a tendencias de homogenización –que tienden a aniquilar
diferencias- considero que la pluralidad de expresiones es una gran riqueza, e
incluso un reto de expresión artística.
En América
Latina, en general, y en América Central especialmente, prevalece el uso de la
categoría interculturalidad como exigencia de
convivencia. En Europa, sin embargo, donde se debate de hecho entre
asimilación e integración, se tiende más a la multiculturalidad controlada que
a la interculturalidad.
Sin embargo,
de la mano de la Justicia (considerando la mano abierta como IUS), en Europa, afirmamos como valores
superiores: la dignidad humana, la
libertad, la igualdad, la solidaridad y la ciudadanía (ver la Carta de los Derechos Fundamentales de la UE).
El dedo más
pequeño, el meñique, es el de la ciudadanía; el más cercano al corazón es el
pulgar, el de la dignidad. Pero todos los dedos de la mano son fundamentales
para favorecer y promocionar el diálogo intercultural, la convivencia, y un
nuevo modelo de desarrollo liberador, integral, solidario, respetuoso con la Naturaleza
y con el conjunto de la Comunidad Humana.
¿Qué tal el encuentro en Sevilla sobre Participación Ciudadana y Diversidad? El Estatuto de Autonomía, en la reforma, incluyo el valor de la Interculturalidad
ResponderEliminarMB
A menor participación menor democracia. La democracia no es sólo un sistema político sino una forma de vivir y convivir
ResponderEliminarEA
PEPE: ¿Has visto lo que escribe Bernard-Henri Levy en EL PAÍS? Europa empieza en Lampedusa: La patria de lo universal se niega a sí misma si se convierte en una fortaleza"
ResponderEliminarJG