“Reformular la política” es el
subtítulo del Informe sobre la Democracia
en España 2015, en el que viene a concluirse que las notas de
insatisfacción de la democracia española siguen lastradas por la mala
evaluación de sus representantes y, fundamentalmente, de los partidos políticos
ya viciados. Habrá que ver si el surgimiento de nuevas fuerzas, caso de que
accedan al gobierno, en minoría o en coalición, son capaces de cambiar la
desconfianza ciudadana hacia la denominada “clase política”.

En realidad, tanto el capitalismo (sistema económico, empresarial y financiero)
como la democracia (el sistema político) son vistos con descrédito por dos
razones principales: a) el mercado del trabajo expulsa del mundo laboral a
millones de personas, convierte los contratos en relaciones laborales precarias
para la persona trabajadora y, además, no atrae a jóvenes formados que se ven
obligados a emigrar al tiempo que se incrementan las rentas de los más ricos o
se evaden capitales; b) el paro, la corrupción y la insatisfacción creciente
con el funcionamiento del gobierno, de la oposición y de las propias
instituciones democráticas ha producido el malestar de no ver alternativa clara
a la situación estructuralmente injusta en lo social, en lo económico, y en lo
político.
Tras las elecciones generales de este
20 de diciembre de 2015, en las que ha vuelto a funcionar, en casi un 29%, el
voto del miedo frente al programa del PSOE (respaldado por el 22% de los
votantes) y frente a las nuevas formaciones de Podemos (respaldado grosso modo por más de un 20%) y de
Ciudadanos (con expectativas que han bajado hasta menos del 14%) cabe
preguntarse: ¿podrá reformularse la política? No es nada fácil. Pero un
horizonte de futuro obliga a esforzarse en ese cometido.
Al parecer, y aunque no quiera
reconocerse, la corrupción y la sumisión del poder político al poder económico es
el problema clave de la democracia española. También el funcionamiento interno
de los partidos – a mi modo de ver sin excepción alguna-. ¿Cómo, pues,
regenerar la política en un contexto global complejo, en un contexto económico
y político como el europeo y, concretamente, como el español?
Quizás la solución pase por el
necesario aporte de savia nueva, sumando y no restando. Desde mi punto de
vista, para no quedarnos decrépitos, habría que intentarlo. Esa opción pasaría
por un cierto reconocimiento de la realidad sin encubrimientos y, en ese
sentido, ha sido muy coherente lo que, tras las elecciones, ha manifestado
Alberto Garzón, también persona joven y bien formada, con propuestas válidas
para el futuro. ¡Ánimo, pues, para los más jóvenes de todos los partidos
políticos, sin excluir a ninguno ni ninguna de ellos o de ellas!
La Filosofía Política actual debe
encarar el futuro, sin miedo ni rémoras ni dependencias ajenas, uniendo a la
vitalidad el sentido del Bien Común.