lunes, 14 de junio de 2010

EL FETICHE DEL ANIMAL HUMANO

Ante el reto de construir la Comunidad Humana sin exclusiones de ningún tipo, del mismo modo que es fundamental la igualdad efectiva, conforme a Derecho, entre la mujer y el hombre, del mismo modo es básico y elemental incorporar la interculturalidad, a modo de imperativo no sólo ético sino jurídico. Ello nos sitúa de inmediato en un horizonte más allá del liberalismo y del comunitarismo, y más allá de la división dialéctica Norte Sur, división entre “ellos y nosotros” o división entre las culturas hegemónicas (las liberales más avanzadas en el campo científico técnico) y las culturas "dependientes" o "periféricas".

El valor de la interculturalidad viene exigido por la perversión de la apropiación abusiva y la acumulación de propiedad de un 20% de la población mundial (aproximadamente 1.300 millones de habitantes) que goza y se beneficia del 80% de los bienes mundiales frente a un 80% (5.200 millones) que, siendo personas desposeídas, no pueden realmente ejercer su libertad y sólo pueden sobrevivir y malvivir administrando el 20% de los bienes mundiales. Con el agravante de que muchas personas dirigentes, altos cargos, negociantes y comerciantes del Tercer Mundo pertenecen de hecho a ese 20% del bienestar (bien être) occidental.

Para asentar mínimamente unas bases de interculturalidad, lo primero sería, frente a cierto imperialismo jurídico (sobre todo de las grandes potencias), el paso de la jerarquía a la igualdad de las culturas en un proceso de intercambio y enriquecimiento mutuo, más allá de la cuestión de mayorías y minorías que encierra sus propias contradicciones. Cultura es realidad plural y evolutiva. Lo segundo sería asumir una ética de intercambio, razonamiento y convergencia, sobre la base de unas reglas mínimas de “personeidad” (ser persona), alteridad, reciprocidad o “respectividad”, argumentación o pensamiento y sabiduría, y sentido de la comunidad humana. Lo tercero es mirar hacia una nueva realidad histórica sin exclusiones, e ir poniendo los medios necesarios para lograrlo, y evitar así todo tipo de dualización en lo local y en lo global. Lo que obligaría a garantizar la aplicación del Derecho Internacional Público, pero también los derechos individuales; y los culturales y sociales (desarrollando mejor esta parte de los Derechos Humanos).


Las claves del futuro están en el quehacer y en el conocer, en el aprender a ser y convivir, en la educación permanente, en la cultura como cultivo psicofísico, espiritual y creativo, y en el desarrollo humano: Pues la educación y la cultura son las bases del puente que va de la esclavitud a la libertad.
En el aprendizaje de una Nueva Humanidad, hay que ir alcanzando nuevos contratos sociales en la relación persona y comunidad, y en la solidaridad internacional, incluso mediante las redes telemáticas, y las más modernas formas de comunicación, pero asentando y fortaleciendo el Derecho Internacional y sus garantías.
En este sentido, la experiencia de la emigración, el haber sido extranjeros en otros países, es un punto de referencia a tener en cuenta. Dicha experiencia es, sin duda, fuente de enriquecimiento y de mayor comprensión del otro en cuanto que otra persona, igual en cuanto a derechos y deberes. Aprender a aprender y a emprender, aprender para realizarse y ser útil, aprender para la solidaridad, aprender para vivir, para trabajar, para esperar, para conocer cada vez más los secretos de la naturaleza, para prestar servicios en la sociedad, para abrir horizontes de esperanza y de humanidad, para convivir.

En el contexto de la inmigración y la convivencia, aprender a dialogar, a conocer al otro, a convivir con el otro, desde el principio y la exigencia de la igualdad, y desde el reconocimiento de la identidad y el valor del otro, es el punto de partida ineludible para conjugar el objetivo de desarrollo integral de la UE: cohesión territorial, cohesión económica y cohesión social.


Teniendo en cuenta que el paradigma más englobante y real, en el mundo de la globalidad, es el de la Comunidad Humana, es precisamente en ese proceso constructivo en donde la Cultura ha de responder a las exigencias actuales de la convivencia en igualdad y libertad, para que ambos valores no sean simples pretextos de dominio o elementos utópicos ajenos a la verdad de la realidad cotidiana.

En consecuencia, en cada Pueblo, Nación o Estado, en cada Comunidad Humana, el Derecho, en su triple dimensión social, axiológica y normativa, además de actualizar su devenir histórico, ha de ir introduciendo aquellos valores superiores que mejor garanticen la convivencia y la paz. Constitucionalmente, los valores de la igualdad, la libertad, y el pluralismo político, son imprescindibles para que la justicia se abra paso realmente; pero en el contexto actual, hay que incorporar también el valor de la interculturalidad para alcanzar no sólo el respeto del otro en cuanto otro, sino el enriquecimiento mutuo como miembros de la misma Comunidad Humana, una y plural al mismo tiempo.

La persona humana, diría Kant, la mujer y el hombre, decimos nosotros, no son mercancía sino un fin en sí mismos, una vida que tiende a su realización personal, social e histórica. El fetiche de la persona no es el de la mercancía. El fetiche de la persona es su dignidad. Y su dignidad está en la razón y está en el corazón, en medio de un mundo sin corazón, sometido a la fuerza de los más poderosos.

jueves, 10 de junio de 2010

DOS MANANTIALES DISTINTOS: CAPITAL Y TRABAJO


En la Comunidad Humana hay, al menos, dos fuentes distintas en la producción cultural del Derecho: hay una que es la fuente de arriba, la de los dominadores; y hay otra que es la fuente de abajo, la de la inmensa mayoría, la de la carretera, la de la parte del pueblo donde vive más gente. En la de arriba, los dominadores, los que tienen un manantial que no se agota y que da agua a raudales, quieren pasar por encima de todas las limitaciones, quieren volver al imperio de la violencia y regar sus propiedades incluso con el agua potable de los otros. Los de abajo, de manantiales muy escasos y que se agotan con la sequía, quieren procurarse más poder para pasar de un derecho desparejo a la igualdad de derecho. ¿No son esas las tendencias de dos culturas contrapuestas, las del capital y las del trabajo? Para este símil la inspiración viene de Freud.

El tema, con motivo de la crisis económica mundial y europea, se lo plantea también el certero analista Vicenç Navarro: ¿Cuál es la solución que han impuesto los de arriba? viene a preguntarse. La respuesta es la siguiente:
"Una enorme austeridad de gasto público para permitir a los Estados periféricos pagarle a la Banca Alemana y a la de otros países centrales, la deuda contraída. Para ello, la UE y el Fondo Monetario Internacional han prestado dinero en condiciones leoninas a los estados periféricos para que estos puedan pagarles lo que deben a aquellos bancos. Estas políticas de austeridad crearán una enorme recesión en los países periféricos. Ahora bien, para que estas políticas sean exitosas tienen que presentarse como necesarias, a consecuencia del despilfarro causado por las clases populares de la periferia (haciendo referencia a su supuestamente excesiva protección social) y enfrentando a la clase trabajadora alemana con las clases populares de la periferia, tal como hacen diariamente los mayores medios de información próximos al establishment financiero alemán. Las clases populares alemanas, sin embargo, tienen mucho más en común con las clases populares de los países periféricos que con las clases financieras e industriales alemanas. Hoy los mayores problemas en la UE no son ni los déficit ni las deudas públicas de sus Estados, sino el escaso crecimiento económico y el elevado desempleo.

Frente a ello, lo que se necesita no es destinar los fondos, de casi un billón de euros, a ayudar a los bancos, sino hacer una enorme inversión pública, política que el establishment neoliberal europeo (liderado por el alemán) no hará, pues está aprovechando esta crisis para realizar lo que ha deseado siempre: el desmantelamiento de la Europa social y el descenso de las rentas del trabajo. Es la lucha de clases a nivel continental".
El Derecho, la razón, el entendimiento, y en definitiva, la cultura de unos y de otros, de las minorías y de las mayorías, de los que más tienen y de los que menos tienen, pueden adecuarse poco a poco. De lo contrario se vuelve a la violencia: al intento de aplastar y al intento de la sublevación. Hay un camino correcto que es el del diálogo, el consenso y la cultura, pero hay un camino torcido que es el de la violencia, el de las confrontaciones, el de la lucha de intereses contrapuestos.

¿Es posible evitar la tramitación violenta de los conflictos de intereses?
Las guerras desembocan en el pillaje o en el sometimiento total, mediante la conquista de una de las partes.

Se piensa a veces que la guerra, paradójicamente, puede ser un modo de establecer la paz. Pero como indica también Freud sus resultados no suelen ser duraderos, pues los resultados de la conquista son también efímeros ya que las unidades recién creadas vuelven a disolverse las más de las veces debido a la deficiente cohesión de la parte unida mediante la violencia.
Si aplicamos lo dicho a la confrontación y lucha simbolizada por los dos manantiales contrapuestos, podríamos afirmar con Freud que la prevención segura de las guerras sólo es posible si se acuerda entre los animales humanos la institución de una violencia central encargada de entender en todos los conflictos de intereses, bajo dos exigencias: que se cree una instancia superior de esa índole y que se le otorgue el poder requerido. De nada valdría una cosa sin la otra -como ocurre en nuestro tiempo-.
Dos cosas pueden mantener cohesionada a una comunidad: la compulsión de la violencia y el sentimiento de identidad. Pero como no existe en la Comunidad Humana una idea, una seña de identidad, que nos aglutine en torno a una autoridad unificadora, la tendencia dominante corre el riego de ser destructora y violenta. Pues, extraña pero realmente -basta verlo en los acontecimientos de masa como las competiciones futbolísticas- resulta fácil entusiasmar a la gente con la "guerra", ya que existe en nosotros la pulsión a odioar y a aniquilar - y no de forma competitiva o deportiva sino incluso en nombre de un Dios Destructor (ver a modo de ejemplo el cap. 7 y 33 del Deuteronomio, en el que se invita a arrasarr, en nombre de Dios, a naciones más grandes y a pueblos más numerosos y fuertes).

No andaba desencaminada, pues, ante esta bestialidad blasfema, aquella sentencia de juvenil protesta: "haz el amor y no la guerra".

En efecto, dos son las grandes pulsiones del animal humano: las eróticas (las del amor) y las asesinas (las que quieren matar y destruir). No obstante, en el erotismo, en el amor, existe posesión; y en la destrucción del otro existe el instinto de conservación de la propia vida. De hecho, rarísima vez la acción es obra de una única pulsión. Por así decirlo "el ser vivo preserva su vida destruyendo la ajena". Ahora bien, cuando uno interioriza la propia agresión "ad extra" -como tendencia biológica, pero no controlada-, emerge lo que denominamos conciencia.

Por supuesto que no entra en una perspectiva realista el pretender desarraigar las inclinaciones agresivas del animal humano. ¿Acaso la satisfacción de necesidades básicas por parte del espíritu capitalista o por parte de los bolcheviques ha hecho desaparecer las agresiones entre personas humanas? ¿Acaso no sigue siendo real el odio a los extraños -por mucho que se tenga- y el interés desmesurado en la carrera de armamentos - so pretexto de garantizar la seguridad y combatir el "terrorismo" -?

Digamos con Freud que si la aquiescencia a la guerra es un desborde de la pulsión de la destrucción, lo natural será apelar a su contraria, el "eros", en una doble vertiente:
1) Todo cuanto establezca lazos de unión de sentimientos entre los animales humanos no podrá por menos de ejercer un efecto contrario a la guerra. Ahora bien, "amar al prójimo como a sí mismo" es fácil demandarlo, pero difícil de cumplir. El sueño de igualdad de Martin Luther King se basaba precisamente en la fuerza de amar. A él le costó la vida.
2) Todo lo que establezca sustantivas relaciones de comunidad provocará sentimientos comunes en torno a unas determinadas señas de identidad.
Ello implica poner mayor cuidado en la educación de las personas en un pensamiento autónomo para poder asumir responsabilidades públicas de gobierno desde la lucha por la verdad y para que no tengan miedo ni puedan ser amedrantados en esas responsabilidades públicas. Evidentemente ni los abusos de poder, ni la corrupción, ni las restricciones y limitaciones ideológicas, religiosas o partidistas favorecen la educación de este tipo de personas que la sociedad necesita como el agua.


Lo ideal sería... una comunidad de personas que hubiera sometido su vida pulsional a la dictadura de la razón. Esa debería ser la fuente del encuentro y de la unión (incluso lúdica y festiva), en medio de la plaza del pueblo, donde pudieran confluir los dos manantiales, el más rico y el más pobre. Pero, con toda probabilidad, es hablar de una esperanza utópica. Ello ya se reconoció antaño.
Fortalecimiento del intelecto e interiorización de la tendencia agresiva son las dos características claves del proceso de transformación cultural, que lleva a la satisfacción.

Queremos concluir diciendo que acaso no sea esperanza utópica que el influjo de dos factores: el de la actitud cultural y el de la angustia ante las consecuencias de los enfrentamientos y las guerras, nos abra hacia un horizonte de solidaridad y de paz entre distintas opciones e intereses de la Comunidad Humana, bajo la Autoridad del Derecho y de la Justicia Internacional.

Los dos manantiales del capital y del trabajo pueden llegar a un acuerdo contractual para que en la plaza del pueblo, en la plaza de la aldea global se construya una fuente de la que puedan beber ricos y pobres, empresarios y trabajadores, mayores y niños, mujeres y hombres, israelitas y palestinos, judíos y cristianos, protestantes y católicos, conservadores y socialdemócratas, liberales y comunitaristas. Entonces y sólo entonces, la seña de identidad de la Comunidad Humana sería la razón satisfactoria.
José Mora Galiana

domingo, 6 de junio de 2010

¿POR QUE LA VIOLENCIA Y LAS GUERRAS?

De todos los problemas que tenemos planteados con motivo de la crisis del sistema financiero global, el más importante, difícil e imperioso para la Civilización Occidental es el de la guerra y sus estragos.
Einstein, inmune a las inclinaciones "nacionalistas", el 30 de julio de 1932, escribía a Freud diciendo que, ante los graves daños que producen en la Humanidad las guerras, le parecía superficial o simplemente administrativo, remitirse a la creación, por consenso internacional, de un cuerpo legislativo y judicial para dirimir cualquier conflicto que surgiere entre las naciones.
Pensemos, por ejemplo, en el caso del Oriente Medio y más concretamente en el caso de Gaza. Se deberían de respetar los decretos emanados de un tribunal Internacional. Pero, primera dificultad, un tribunal -decía Einstein- es una institución humana... Si no hay autoridad incontestable ni poder para imponer el acatamiento ... ¿de qué sirve?
Es psicológicamente claro que el afán de poder que caracteriza a la clase gobernante de todas las naciones es hostil a cualquier limitación de la soberanía nacional. Pero también es claro que ese hambre de poder político suele medrar por aspiraciones puramente mercenarias , es decir, económicas.
Hay, sin duda un pequeño pero resuelto grupo, activo en toda nación, indiferentes a consideraciones sociales -decía Einstein- que ven en la guerra (en todo tipo de confrontación, incluso religiosa), en la fabricación y venta de armamentos, la gran ocasión para favorecer sus intereses particulares y extender su poder personal.


En el caso de España, se ha sabido que en 2009, el peor año de la economía española desde varias décadas, con cuatro millones de parados y una pérdida del 3,6% del PIB, las exportaciones de material de defensa alcanzaron sin embargo el récord histórico de 1.346,52 millones de euros (lo que ha supuesto un incremento de más del 44% respecto al ejercicio de 2008.
Reconocer esta realidad, que es un hecho obvio, es el primer paso hacia una apreciación exacta del actual estado de cosas. Una minoría domina las escuelas, los medios de comunicación y las iglesias, por lo que, gobernando las emociones de las mayorías, las convierte en instrumentos...
Ahora bien, dicho lo anterior, cabe preguntarse: ¿cómo es que estos procedmientos logran despertar en las personas el salvaje entusiasmo de la confrontación y las guerras? La respuesta ya la sabemos: en el animal humano existe, latente o no, un apetito de odio y destrucción.
Tras esta reflexión, llegamos al último interrogante de Einstein: ¿es posible controlar la evolución mental del animal humano y ponerlo a salvo de la psicosis del odio y la destrucción?


Freud contesta a esta carta en septiembre de 1932, centrando el problema planteado: qué puede hacerse para defender a los hombres de los estragos de la guerra.
Reconocida la propia incompetencia al respecto, afirma no obstante que los conflictos de intereses entre los hombres se zanjan en principio mediante la violencia. pero también sabemos que el imperio de la fuerza bruta, en el curso del desarrollo del intelecto, por un determinado camino llevó de la violencia al Derecho: "l´unión fait la force". El derecho es el poder de una comunidad frente a la fuerza bruta del poderoso. ¿Cuál es la condición?Que la unión de los muchos sea permanente y duradera. Sólo en la unión de ciertos sentimientos comunitarios estriba la genuina fortaleza del derecho.
Hay que transferir, pues, el poder a una unidad mayor que se mantenga cohesionada por el Derecho. Punto uno.
Dice Freud que lo esencial es "el doblegamiento de la violencia mediante el recurso de transferir el poder a una unidad mayor que se mantiene cohesionada por ligazones de sentimiento entre sus miembros". Son las leyes de tal asociación las que determinan en que medida el individuo debe renunciar a la libertad personal de aplicar su fuerza como violencia, afin de que sea posible una convivencia segura. Punto dos.
Pero esto no deja de ser una teoría, porque en la realidad, en la comunidad existe un poder desigual, varones y mujeres, padres e hijos, vencedores y vencidos, amos y esclavos..., e incluso representantes de tal o cual partido mayoritario o minoritario (diríamos nosotros en la partitocracia reinante de tendencia bipartidista).
Cuando nos enfrentamos con la realidad, con la verdad de lo real, descubrimos que las cosas son más complejas de lo que pensamos.


Seguiremos, pues, con Freud para ver si da una mínima respuesta a lo planteado por Einstein:
¿Pueden evitarse, de verdad, la confrontación y los estragos de las guerras?
Avancemos el final de la respuesta de Freud: "Acaso no sea una esperanza utópica que el influjo de ... dos factores, el de la actitud cultural y el de la justificada angustia ante los efectos de una guerra futura, haya de poner fin a las guerras en una época no lejana. Por qué caminos o rodeos, eso no podemos colegirlo. Entretanto tenemos derecho a decirnos: todo lo que promueva el desarrollo de la cultura trabaja también contra la guerra".
Esta respuesta, claro está, es anterior a la segunda guerra mundial y a la Declaración Universal de los Derechos Humanos, tras constatar los desastres y los genocidios de la guerra. Y, sin embargo, parece que volvemos a las andadas de forma acelerada y en distintos puntos del Planeta. ¿Hasta cuándo seguiremos sumidos en esta incultura?